Martín Guédez
Toma cuerpo con inusitada emoción y hasta con algo de angustia el tema
de la formación de cuadros para la revolución. Hay cada vez un mayor
grado de conciencia de que no podremos llevar esta revolución a buen
término sin el concurso heroico de estos apóstoles del socialismo.
Recorriendo los distintos espacios donde el pueblo hace vida y trata de
dar forma a las ideas y propuestas del líder esta necesidad se hace
acuciosa en grado extremo particularmente cuando se enfrenta a fracasos
de proyectos locales casi siempre derivados de la ausencia tanto del
método científico como del rigor ético del hombre nuevo tan extraño aún
para la mayoría de nuestros hombres y mujeres cuyo compromiso no pasa de
la consigna, la gorra o la franela.
Donde quiera que nos topamos con la demoledora carga de angustia y
desencanto que deja en la comunidad un proyecto específico fallido
también encontramos que eso pudo ser evitado con la presencia difusa de
esos dones imprescindibles en unos buenos cuadros. Consejos Comunales
que han derivado en meros grupos de más oportunismo; recursos comunales
que financian deseos y caprichos de algunos olvidando su función;
dirigentes regionales o municipales del partido practicando al mejor
estilo cuartorrepublicano el tráfico de influencia; Cooperativas
“socialistas” practicando con el pueblo humilde la tercerización sin
piedad como lo hacen las grandes corporaciones capitalistas y sus
maquilas; “líderes” siempre acompañados de caravanas de lujosas
camionetas, rodeados de groseros privilegios como compensación a sus
“sacrificios”… y un largo etcétera…tan largo como mortal. Nada de esto
habría ocurrido –aunque no es menos cierto que hay muchos e importantes
logros- de haberse contado con la presencia activa, severa y radical de
unos cuadros profetas, contralores y misioneros. Profetas, contralores y
misioneros en primer lugar de ellos mismos y luego de cada pequeño
detalle del proceso sin permitirse ni permitir el más ligero desvío en
las conductas.
Está claro que debemos emprender sin dilaciones la formación de
cuadros-visagra entre el gobierno (poder constituido) y el pueblo (poder
constituyente). Una formación que debe tener aspectos esenciales de
contenido y forma para alcanzar sus objetivos. Algunos de estos aspectos
deberían ser, en primer lugar, el mayor grado de exigencia para quienes
aspiren al privilegio de ser cuadros al servicio del más grande de los
sueños. No estaría de más recordar cómo, el carpintero de Nazareth,
exigía a quienes mostraban interés en convertirse en apóstoles,
prepararse para vivir sin tener donde recostar la cabeza; no llevar para
la misión más que unas sandalias para el camino y dormir y comer allí
donde fueran recibidos por el pueblo; ante una sentida urgencia
familiar, seguir con sus tareas porque quien pone la mano en el arado y
echa una mirada atrás no merece ser apóstol; o la durísima exigencia de
dejar que los muertos entierren a sus muertos. ¿Moraleja?, nada de
camionetas de lujo, nada de choferes y guardaespaldas, nada de poder,
nada de hoteles cinco estrellas, nada de ropas lujosas y distintas para
todos los días que ofenden la miseria del pueblo, nada de miedos, nada
de esas debilidades pequeño burguesas o simplemente no merecen aspirar a
formar parte de esta privilegiada vanguardia; vanguardia sólo
privilegiada en el sacrificio, en la entrega, en la humildad, en el amor
y en el inmenso honor de pertenecer a los redentores de la historia
humana. Quien no esté dispuesto a esto mejor que ni lo intente. Por ahí
debe comenzarse.
Luego, cada cuadro debe ser preparado suficientemente hasta tener una
clara perspectiva de conjunto, conscientes de que cada sector donde deba
insertarse representa sólo una parte de ese conjunto. Un cuadro
destinado a la inserción en el mundo campesino no tendrá los mismos
problemas que otro destinado al mundo obrero, o el mundo estudiantil, o
el profesional, o el que tendrá como destino la inserción en comunas
urbanas o agrarias, todo ello debe constituir un ámbito de exigencias en
el conocimiento distinto, pero todos deben tener una clara visión de
conjunto.
Pero así como los hechos sociales no pueden ser entendidos de modo
fragmentado o aislado del conjunto, tampoco puede olvidarse que todos
tienen una dimensión histórica. El conocimiento de la historia general y
la específica del ámbito en el cual actuará el cuadro es un requisito
imprescindible. Por último, no puede un cuadro reconocer la realidad en
la cual trabajará si soslaya el carácter dialéctico de todo proceso.
Sobre estos tres grandes objetivos generales debe construirse un
programa con contenidos suficientemente amplios como para dotar al
cuadro de los necesarios argumentos de convicción como para emprender la
tarea. Estos deberían ser los siguientes:
1. Un conocimiento amplio de las leyes funcionales del sistema
capitalista, de su lógica de la explotación y de sus doctrinas es
necesario. Conocer el funcionamiento del enemigo es un objetivo
imprescindible para darlo a conocer a las víctimas de sus robos. El
capitalismo, por ejemplo, no cesa de proclamar su superioridad en la
producción de bienes y servicios, sin embargo, una mirada al saldo en la
gestión económica capitalista nos muestra el más ineficaz de los
sistemas a lo largo de la historia, pues nunca se ha depredado en forma
más cruel y criminal a la naturaleza ni se ha generado mayor suma de
asimetrías sociales produciendo la mayor concentración de riqueza en
menos manos junto a la masificación generalizada de la miseria para las
inmensas mayorías de los pueblos del mundo. Esto tiene su explicación en
el hecho de que no hay acumulación de riquezas sin un robo previo de
ellas. Como la apropiación de la riqueza es privada y la creación de
ella social, necesariamente el motor de la economía capitalista es la
desigualdad. Saber deslegitimar este macabro proceso es tarea
imprescindible para un cuadro revolucionario.
2. El conocimiento de la historia es otro objetivo fundamental para
la formación de cuadros. Desde el surgimiento de la apropiación privada
de los excedentes consecuencia del dominio de la agricultura y la
ganadería; la aparición de la esclavitud, pasando por el sistema feudal
convirtiendo a las personas en siervos de la gleba, hasta la aparición
de la explotación capitalista y su versión superior del imperialismo, es
otro requisito fundamental para un programa de formación para cuadros.
El materialismo histórico como método, junto a un estudio crítico de la
historia de nuestros pueblos representa una fuente imprescindible de
sabiduría.
3. El dominio de la filosofía revolucionaria y socialista es otro
objetivo de primer orden. El pensamiento de todas las corrientes
filosóficas que a lo largo de la historia han promovido la comprensión
para la transformación de la historia debe ser una herramienta en la
formación de los cuadros. Allí están todos los luchadores y todas las
luchas que han fecundado el largo camino del hombre hacia el socialismo,
desde Jesús hasta Chávez, pasando por todos nuestros pensadores y
luchadores por el proceso revolucionario independentista, como nuestros
Simón Rodríguez, Bolívar, Artigas, Martí, para desembocar necesariamente
en el Materialismo Dialéctico plasmado en los aportes magníficos de
Marx, Engels, Lenin, Mao, Trotsky, Bakunin, Prohudom, Bloch, Mariategui,
etc.
Materia fundamental es el reconocimiento de que los mayores
especialistas de su realidad son los pueblos mismos. Insertarse para
aprender debe formar parte fundamental del espíritu del cuadro
revolucionario. Nadie conoce mejor su realidad ni tiene mayor
información sobre sí mismo que el mismo pueblo. Lo que a ese
conocimiento le pudiera faltar en orden a la sistematización y
organización de ese conocimiento es lo que el cuadro debe aportar. Un
cuadro revolucionario debe observar, aprender, organizar y sistematizar
en ese acompañamiento al pueblo.
Un tema que se me antoja puede provocar algunas resistencias pero que
considero de la mayor relevancia es el relativo a la espiritualidad
socialista. Estoy persuadido de la importancia que tiene este aporte
intangible que llamo espiritualidad socialista. Para ello debemos
separar contundente y radicalmente la idea que asocia espiritualidad con
religión. La religión ha sido a lo largo de la historia humana el modo
como el poder secuestró la espiritualidad. No hay mucha diferencia
fundamental entre lo que la Iglesia ha hecho por 16 siglos con la
espiritualidad cristiana colocándola al servicio de las peores causas,
con lo que en su momento se hizo en la URSS con el “espíritu
marxista-leninista” de la revolución hasta convertirlo en instrumento de
dominación de unas élites.
De modo que descalificar la fuerza de la
espiritualidad cristiana puesta de manifiesto en las comunidades
cristianas de los primeros siglos, en su entrega heroica de más de 300
mil mártires, debido a la obra macabra de la iglesia católica es poco
menos que pretender descalificar el pensamiento marxista por los
resultados obtenidos en los tiempos del stalinismo en la URSS. La
espiritualidad no es de ninguna manera monopolio de la religión sino la
negación de esta en su saldo práctico porque espiritualidad es libertad y
religión obediencia a dogmas. Tampoco debe tener nada que ver
espiritualidad socialista con el mundo mágico de la esperanza
escatológica sino que debe estar firmemente enraizada en el mundo real.
La Cuba Revolucionaria, absolutamente insospechable de culto a la
religión, por medio del Partido Comunista Cubano, ha mantenido un curso
de Sociología de la Espiritualidad movida por el error evidente de
clasificar como “opio del pueblo” a la lucha que innumerables cristianos
latinoamericanos sostuvieron y sostienen a lo largo y ancho del
continente en países sumergidos en guerras populares de liberación como
ocurrió en, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Colombia, etc., ahí están
los Camilo Torres, Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, Arnulfo Romero y
muchos otros que lo confirman. También es un despropósito rechazar el
aporte a la espiritualidad socialista que hace la Teología de la
Liberación a pesar de sus límites.
La religión ha sido y es “el opio de los pueblos”, pero la
espiritualidad puede y debe ser fuente de inspiración para el compromiso
revolucionario. Una aproximación al tema, no dogmático y por tanto
realmente marxista, nos conducirá a un análisis de lo real para
conquistar su comprensión. Hacer –por ejemplo- del ateísmo una
condición sine qua non para militar en un proceso
revolucionario es una actitud dogmática que rechazaría el propio Marx.
Hacer de la filosofía un instrumento de transformación y no de
contemplación del mundo es precisamente el gran aporte de Marx.
Transformar el método en dogma es la peor deformación que podemos hacer
del pensamiento de Marx.
La Teología de la Liberación –satanizada y rechazada por la iglesia- ha
hecho grandes aportes al proponer una relectura liberadora del
Evangelio desde los ojos de los oprimidos. Es indudable la poderosa
fuerza que aporta a la espiritualidad del pueblo la conciencia del deber
social, del amor, de la solidaridad y la esperanza que mana de las
páginas del Evangelio. La espiritualidad socialista debe construirse
desde el combate a la manipulación religiosa como ideología del poder y
su adopción como integradora de los valores superiores necesarios para
la construcción del hombre nuevo, del mundo nuevo.
Son esbozos apenas de una propuesta necesaria para la creación de una,
dos, tres y miles de Escuelas de Formación de Cuadros, consciente de que
una revolución que no atienda la formación de sus cuadros terminará
siempre devorada por el pragmatismo y el oportunismo.
LOS CUADROS REVOLUCIONARIOS DEBEN SER EL MOTOR QUE IMPULSE LOS CAMBIOS AL SOCIALISMO
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