María de la Linares
Al foro celebrado en la Unearte
le faltó espacio. Los organizadores fueron pesimistas al calcular la gente que
asistiría a una convocatoria sobre un tema que, por trillado, parecía
calichoso. Pero como quiera llevamos largos catorce años discutiendo sobre
política comunicacional, el entusiasmo manifestado por el público que se
aglomeró a las puertas y no alcanzó a entrar, evidencia una sed enorme de
información.
Lamentablemente, nos contamos
entre quienes sólo alcanzamos a ver fracciones por televisión. Pero lo que
escuchamos nos bastó para sentir que un aire fresco está entrando por la
ventana, señal de que tal vez ahora sí logremos alcanzar el preciado objetivo
de que todos sepamos lo que estamos haciendo. Sería mezquino desconocer lo que
se ha hecho hasta ahora, los esfuerzos de tantos colegas que han intentado
enderezar la mesa, la cantidad de recursos que se han invertido para modernizar
los medios del Estado, la enorme pila de libros publicados, de emisoras
comunitarias fundadas, de periodiquitos circulando. Ese trecho recorrido no se
debe perder de vista, pero hay que revisarlo, evaluarlo, auditarlo, para saber
si se corresponde con las necesidades de los usuarios, que son el pueblo todo.
Hemos vivido, hasta ahora, con la
hegemonía de los medios convencionales de comunicación a cuestas. Es un lastre
que ha sido muy pesado, sobre todo porque ha remado en contra de la corriente
revolucionaria, aún a sabiendas que negarle información al soberano, va contra
el principio fundamental que le da vida a un MCS. Por eso vimos con mucho
agrado a un gentío pujando por hacerse de un micrófono y contar su pequeña
historia, la de su comunidad, la de un colectivo que no tiene quien lo escuche,
pero que logró hacerse presente en ese auditorio para clamar por tener voz.
Fue una reunión de una hermosa
horizontalidad, informal, sin mucho protocolo, como deberían ser los espacios y
los encuentros entre personas que intentan forjar un mundo diferente. Ojalá ese
despojo de paltó y corbatas, de maquillajes, donde se privilegie el fondo por
encima de las formas, el contenido del discurso por encima de la escenografía,
vaya llegando poco a poco a los medios del Estado y se comiencen a construir
espacios de información, opinión y entretenimiento originales, no malas copias
de lo que nos viene enlatado, sino versiones criollas de nuestro propio
existir. No es nada fácil la tarea. En el camino de la colonización cultural,
hemos perdido buena parte de nuestra identidad y con ella el amor por lo
nuestro, por nuestras tradiciones, por nuestra música.
Hemos caído fácilmente en la
trampa de los clichés de belleza, en las siliconas, en la información a lo CNN,
en los presentadores bonitos y damas bien peluqueadas. Faltan negros e indios
en los escenarios de nuestra televisión. A las emisoras de radio les son
insuficientes los teléfonos para atender a tanta audiencia que quiere
manifestarse. Es indispensable que el Correo del Orinoco llegue hasta nuestras
fronteras y deben existir tantos diarios “Ciudad Caracas”, como capitales tiene
el país. Falta saber si los medios comunitarios realmente atienden necesidades
de información de los colectivos para los cuales fueron creados y si se
canalizan adecuadamente sus inquietudes. En fin, falta espacio para un tema tan
apasionante. Pero, bien, vamos bien.
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