M. Reza Pirbhai
Traducido del inglés para Rebelión
por Beatriz Morales Bastos
En los primeros días de la
“guerra contra el terrorismo” el general estadounidense Tommy Franks declaró:
“Nosotros no hacemos recuento de víctimas”. Por supuesto, se refería a las
muertes de los afganos. El hecho de que los nombres de las víctimas del 11 de
septiembre se hayan grabado convenientemente en una piedra hace que sea aún más
sorprendente que la guerra emprendida en su nombre genere poco interés por los
muertos que no sean estadounidenses ni de la OTAN. De hecho, una guerra que en
estos momentos se encuentra en su undécimo año y que comprende tanto la
invasión y ocupación de dos países como el bombardeo actual de al menos otros
tres no ha producido ningún estudio exhaustivo sobre sus víctimas directas e
indirectas
El hecho de que una guerra global
pueda causar estragos durante tanto tiempo sin que haya voluntad oficial de
determinar la cantidad de las “otras” personas muertas es indicativo de la
manera que tienen de calcular el coste de la guerra de los Estados que la
llevan a cabo. Los muertos, lisiados, desaparecidos o desplazados que no son
estadounidenses ni de la OTAN no pueden formar parte de la ecuación si la
política oficial es no contabilizarlos. El hecho de que no parezca que haya
mucha voluntad por parte de la opinión pública de cambiar esta política dice
mucho de una mucho más preocupante actitud hacia los “otros”, en particular
hacia los musulmanes. Con todo, la ONU y algunas ONG están tratando de hacer
este recuento de víctimas en la variedad de contextos locales sumidos en el
conflicto. A pesar de los obstáculos que suponen la ofuscación oficial y la
indiferencia pública, ha empezado a salir a la luz una serie de consecuencias
mortíferas.
Empezando por Afganistán, los
estudios más comúnmente citados sobre la invasión de 2001 concluyen que
aproximadamente entre 4.000 y 8.000 civiles afganos han muerto a consecuencia
directa de operaciones militares. No hay datos para los años entre 2003 y 2005,
pero en 2006 Human Rights Watch registró un poco menos de mil civiles muertos
en los combates. Desde 2007 a julio de 2011 la Misión de Asistencia de la ONU
en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés) contabiliza al menos 10.292 no
combatientes muertos. Habría que poner de relieve que estas cifras incluyen
muertes indirectas o heridos. Podemos hacernos una idea de la cantidad de
muertes indirectas gracias a un artículo de The Guardian (el reportaje más
completo sobre el tema) que calculaba que al menos 20.000 personas más habían
muerto solo en el primer año de guerra a consecuencia del desplazamiento y del
hambre a causa de la interrupción del suministro de comida. Igualmente, según
Amnistía Internacional, aproximadamente 250.000 personas huyeron a otros países
en 2001 y al menos 500.000 personas más son desplazadas internas desde
entonces.
Si vamos a Iraq, el proyecto Iraq
Body Count [Recuento de Víctimas en Iraq] registra aproximadamente 115.000
civiles muertos en el fuego cruzado desde 2003 a agosto de 2011. Sin embargo,
el Estudio sobre salud familiar en Iraq de la Organización Mundial de la Salud
ofrece la cifra de aproximadamente 150.000 [civiles muertos] solo en los tres
primeros años de la ocupación. Añadiendo los muertos indirectos, el estudio de
la revista The Lancet calculaba en aproximadamente 600.000 [civiles muertos] en
el mismo periodo. Además, un estudio de Opinion Research Business calculaba que
desde mediados de 2007 se han producido 1.000.000 de muertes violentas. A esto
se añade que el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados informó de
aproximadamente 2.000.000 de iraquíes desplazados a otros países y otros
2.000.000 más desplazados internos a fecha de 2007. No existe una información
rigurosa acerca de los índices de muertes indirectas o de heridos, pero el
documentado hundimiento del sistema sanitario de Iraq y de forma más general de
sus infraestructuras (que antes de 1991 eran los mejores de la zona) no
siguiere sino otra atrocidad.
Más allá de estos dos Estados que
todavía se encuentran bajo la ocupación, la “guerra contra el terrorismo” se
extiende a varios países vecinos entre los que se incluyen Pakistán, Yemen y
Somalia. Las principales armas desplegadas en estos escenarios han sido los
“drones” estadounidenses, los grupos de operaciones especiales, los agentes de
inteligencia y las fuerzas gubernamentales/armadas de los países implicados.
Dada la naturaleza extra-judicial y encubierta de estos escenarios, la
prácticamente total ausencia de datos independientes dificulta el cálculo de
víctimas. De hecho, esto también es un problema en Afganistán e Iraq, pero aún
así, aunque se considera que solo se han usado “drones” en Pakistán, Yemen y
Somalia, es un hecho aceptado que la cantidad de ataques ha aumentado. Hasta la
fecha, la Oficina del Periodismo de Investigación informa de que al menos se
han producido 357 ataques en Pakistán entre 2004 y junio de 2012 (más de 300
bajo el gobierno Obama). Han sido asesinadas al menos 2.464 personas,
incluyendo un mínimo de 484 civiles (168 de ellos, niños). The Washington Post
añade 38 ataques que han provocado 241 muertes (56 de ellos, civiles) en Yemen.
No hay cifras para Somalia, pero The New York Times confirma que se han estado
llevando a cabo estas operaciones al menos desde 2007.
Los defensores de la guerra tanto
oficiales como públicos se apresurarán a replicar que la mayoría de las cifras
citadas de este artículo se refieren a víctimas civiles que son obra de
combatientes enemigos. Pero, ¿cómo se es posible saber esto cuando se basan en
estudios tan escasos? Y como se ha puesto de relieve durante la campaña de los
“drones”, ¿cómo se puede distinguir claramente entre civiles y combatientes
cuando los asesinos de estos últimos también son sus jueces? De hecho, incluso
aceptando estas reservas, estos ataques convierten al gobierno de Estados
Unidos en uno de los más prolíficos “asesinos selectivos” (según su propia
denominación) de la historia. Además, como comentaba en su estudio un
representante de la UNAMA, “si hay dudas acerca del estatus de no combatiente
de una o más víctimas, estas muertes no se incluyen en la cantidad total de
víctimas civiles. Así, hay muchas posibilidades de que UNAMA esté
contabilizando a la baja las víctimas civiles”. De hecho, los autores de cada
uno de los estudios admiten este mismo problema.
Uniendo todas estos datos
dispersos la cifra mínima de civiles no estadounidenses ni de la OTAN muertos
supera las 140.000 personas. La máxima llega fácilmente a las 1.100.000
personas. Esto significa de 14.000 a 110.000 muertes al año. Para situar esta
cifras en un contexto, merece la pena recordar que 40.000 civiles fueron
asesinados por el “Blitz” nazi sobre Gran Bretaña durante la Segunda Guerra
Mundial. Igualmente habría que recordar que en este arco de cálculos que va del
mínimo al máximo no se dispone de las cifras de muertes directas en Afganistán
para los años de 2003 a 2005 ni de las indirectas desde 2003 hasta el presente.
Además, las muertes civiles causadas por medios diferentes de los drones, como
las detenciones secretas y las desapariciones, no se cuentan en ninguna parte,
y tampoco se han registrado las víctimas provocadas por las campañas militares
de aliados (como los gobiernos de Pakistán o Yemen). Tampoco existen registros
de la cantidad de personas que están vivas, pero enfermas, huérfanas o privadas
de sus derechos, por no hablar de aquellas torturadas en cárceles públicas y
privadas de todo el mundo. Y, por último, sigue siendo incalculable el
sufrimiento de los millones de personas desplazadas de Afganistán, Iraq,
Pakistán y de otras partes.
Aunque las cifras que hemos
presentado aquí sean trágicamente incompletas, explican por qué Estados Unidos
y la OTAN son tan reticentes a hacer lo mismo públicamente. Tener en cuenta el
increíble coste humano de la “guerra contra el terrorismo” significaría admitir
que el “terrorismo” es de doble sentido y que los Estados, y no las milicias,
son quienes poseen las armas más mortíferas. El hecho de que el general Franks
prefiera no contabilizar los cadáveres es aberrante pero no sorprendente. El
hecho de que las esferas públicas de Estados Unidos y de los países de la OTAN
se hagan eco de esta falta de interés demuestra la existencia del más
sorprendente de los consensos (fabricado o no) entre la población en general,
al menos en el caso de las víctimas musulmanas. Solo esta indiferencia pública
y oficial explica la ausencia de cualquier estudio exhaustivo sobre las
víctimas civiles, en especial mientras se continua llorando a los casi 3.000
civiles muertos en los ataques del 11 de septiembre en cuyo nombre se sigue
emprendiendo la “guerra contra el terrorismo”.
M. Reza Pirbhai es profesor de
Historia del sur de Asia en la Universidad del Estado de Louisiana. Se puede
contactar con él en rpirbhai@lsu.edu
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