martes, 12 de junio de 2012

España: crónica de una quiebra anunciada

Xurxo Martiz Crespo

En la década de los 80 las draconianas recetas económicas impuestas por el Banco Mundial y el FMI a distintas repúblicas latinoamericanas eran conocidas como «el paquete». La palabra «paquete» tiene mala fama en español, principalmente en Latinoamérica, donde es sinónimo de engaño. Su uso y estricta aplicación determinó el levantamiento popular contra el presidente Carlos Andrés Pérez en 1989, quien llegó a decir que nunca se debió usar esa palabra, sino un eufemismo que engañase al pueblo. Alguno de los miembros de su gobierno, como Moisés Naim, pontifican hoy desde EUA sobre las bondades del neoliberalismo desde su principal medio de difusión en español: El País.
El Estado español acaba de recibir la puntilla a su «paquete» con un préstamo que lo endeuda por más de 100.000.000 millones de euros, más intereses, condenándolo a una más que probable carrera a la miseria de sus ciudadanos, empezada hace ya unos años por sus más de 5 millones de desempleados y sus familias, cada vez con menos derechos políticos y sociales.
Mariano Rajoy hizo alarde, una vez más, de profundos conocimientos groucho-marxianos aderezados con autopreguntas y autorrespuestas de corte cantinflesco. El dinero para tapar el hueco financiero todavía es de proporciones desconocidas y, pese a querer convencernos de que la deuda la contraen los bancos y no el Estado, debemos recordarle a Rajoy que hoy, todos esos bancos quebrados son del Estado y que, como bien decía el anuncio, «Hacienda somos todos».
Este dinero sólo servirá para contraer una nueva deuda, aún más pesada, que no generará riqueza ni trabajo, sólo saneará balances de bancos que deberían estar cerrados por quiebra: ¿No vivimos en una sociedad libre de mercado?
Mientras, Rajoy y sus ministros harán gala de artificios léxicos como «no nos han rescatado, nosotros hemos exigido la intervención», hasta llegar al consabido «no estaba muerto, estaba de parranda» o al «cese temporal de convivencia», que es la forma tonta de llamar al divorcio, en este caso, entre gobernantes y gobernados.
 

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