viernes, 31 de agosto de 2012

¿Cuándo se va a marchar Estados Unidos de Afganistán?

Unos planes muy bien elaborados

Tom Engelhardt
TomDispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
A raíz de varias muertes entre su contingente de tropas en una provincia de Afganistán anteriormente pacífica, Nueva Zelanda (al igual que hicieron antes Francia y Corea del Sur), está acelerando la salida de sus 140 soldados. Ese tipo de noticias no suele ocupar las cabeceras aquí en EEUU. Si Vd. es estadounidense, probablemente ni siquiera se entere de que Nueva Zelanda estaba jugando un pequeño papel en nuestra guerra afgana. En realidad, puede que apenas se haya enterado de que los estadounidenses siguen inmersos en una guerra que, desde hace más de una década, viene denominándose repetidamente “la guerra olvidada”.
Pero tal vez haya llegado ya el momento de tomar nota. Quizá deberíamos ver un pequeño augurio en el vuelo de esos kiwis, aunque se estén marchando sin casi echar a volar y todo lo decorosa y calladamente posible. Porque ocurre una cosa: una vez que pasen las elecciones de noviembre, el termino “salida acelerada” podría bien convertirse en un término relativo a EEUU y nuestro país, mientras se desliza ignominiosamente de Afganistán, podría acabar siendo la Nueva Zelanda de las superpotencias.
Seguro que conocen el refrán: “El hombre propone y Dios dispone”. No podía ser más adecuado en lo que se refiere al proyecto estadounidense en Afganistán. En efecto, Washington ha trazado cuidadosamente sus planes. A finales de 2014, las “tropas de combate” estadounidenses tienen que retirarse aunque dejando atrás bases gigantes que el Pentágono ha construido para que miles de entrenadores y asesores estadounidenses, así como fuerzas de operaciones especiales, vayan tras los restos de al-Qaida (y otros “militantes”) y, sin lugar a dudas, también van a dejar todo el necesario potencial aéreo de apoyo.
Su tarea será, oficialmente, continuar “levantando” una fuerza de seguridad monumental que ningún gobierno afgano en ese completamente empobrecido país será nunca capaz de pagar. Gracias al Acuerdo de Asociación Estratégica para diez años que el Presidente Obama corrió a sellar en Kabul con el Presidente Hamid Karzai cuando se iniciaba mayo, allí piensan quedarse, hasta el 2020 o más allá.
Es decir, que en todo lo relativo a Afganistán necesitamos de traductor. La “retirada” estadounidense que los medios mencionan habitualmente no significa realmente “retirada”. Al menos sobre el papel y en años venideros, EEUU se mantendrá ocupando parcialmente un país que tiene una amplia historia y experiencia de resistencia frente a extranjeros que no quieren marcharse (y de hacerles pagar por ello).
El chico de los recados y los ancianos
Una cosa son los planes y otra la realidad. Después de todo, cuando las tropas estadounidenses invasoras llegaron triunfantemente a la capital iraquí, Bagdad, en abril de 2003, la Casa Blanca y el Pentágono estaban ya planeando quedarse por siempre jamás, y en aquel mismo instante empezaron a construir bases permanentes (aunque preferían hablar de “acceso permanente” a través de “campos imperecederos”) como muestra de sus intenciones. Solo un par de años más tarde, en un gesto que no podía haber sido más enfático en cuando a sus planes, construyeron la embajada más inmensa (y posiblemente la más cara) sobre el planeta para que sirviera de centro de mando regional en Bagdad. Sin embargo, de alguna forma, esos planes perfectamente trazados fracasaron de mala manera y solo unos cuantos años después, con los dirigentes estadounidenses buscando aún medios para seguir acuartelados en el país en el futuro lejano, Washington se encontró con que les ponían de patitas en la calle. Pero eso ya es realidad para Vds., ¿no es cierto?
Precisamente ahora, las pruebas que tenemos sobre el terreno –en forma de pilas de cadáveres estadounidenses- indican que incluso los afganos más próximos a nosotros no secundan precisamente los planes de la administración Obama de veinte años de ocupación. De hecho, las noticias sobre la guerra suprimida en aquella tierra olvidada, a menudo considerada como el conflicto más largo en la historia de EEUU, irrumpieron de repente en los titulares de las portadas de nuestros periódicos y en primeras noticias que aparecen por televisión. Y hay una razón muy concreta de que así haya sucedido: a pesar de los numerosos planes de la última superpotencia del planeta, los pobres, atrasados, analfabetos, desventurados y corruptos afganos –cuyas fuerzas de seguridad, a pesar del inacabable apoyo financiero y tutelaje estadounidense, nunca han sido capaces de “mantenerse”- lo han hecho posible. Y han estado enviando un claro y escueto mensaje, escrito en sangre, a los estrategas de Washington.
Un “ chico de los recados ” de quince años abrió fuego en un gimnasio de una base estadounidense contra los entrenadores de las fuerzas especiales de los marines, matando a tres de ellos e hiriendo a otro; un campesino de 60 o 70 años , que se había convertido voluntariamente en miembro de la fuerza de seguridad de su pueblo, volvió el arma que le habían dado los entrenadores de las fuerzas especiales de EEUU contra ellos en una “ ceremonia de inauguración ”, matando a dos; un oficial de policía que, según afirma su padre, se unió a las fuerzas cuatro años antes, invitó a comer a los asesores de las Operaciones Especiales de la Marina y mató a tres de ellos e hirió a un cuarto antes de huir, quizá hacia los talibanes.
Acerca de otros “aliados” implicados en incidentes parecidos –recientemente, hubo al menos nueve ataques de “verde contra azul” en un lapso de once días en los que murieron diez estadounidenses-, apenas sabemos nada, excepto que eran policías o soldados afganos a quienes sus mentores y entrenadores estadounidenses estaban tratando de “formar” para que combatieran contra los talibanes. A varios de ellos les fusilaron de inmediato, pudiendo escapar al menos uno.
Estos incidentes de “verde contra azul”, a los que el Pentágono rebautizó recientemente como “ataques desde dentro”, han ido incrementándose en los últimos meses. Parece que han ya alcanzado un nivel masivo y que están provocando por fin un gran revuelo en los círculos oficiales de Washington. Un Presidente Obama “profundamente preocupado” comentó el fenómeno con los periodistas (“Tenemos que asegurarnos que ya hemos llegado al límite…”) y manifestó que estaba planeando “hablar” del problema con el Presidente Karzai. Mientras tanto, el Secretario de Defensa Leon Panetta sí que corrió a presionar a Karzai para que adoptara medidas más estrictas a la hora de investigar los antecedentes de los reclutas de las fuerzas de seguridad afganas. (Karzai y sus ayudantes culparon de inmediato de los ataques a las agencias de inteligencia pakistaní e iraní).
El general Martin Dempsey, jefe del Alto Estado Mayor, voló a Afganistán para consultar con sus colegas qué hacer con esos incidentes (y le pagaron sus esfuerzos lanzando un cohete contra el avión cuando se hallaba estacionado en una de las pistas del Campo Aéreo de Bagram –“un disparo sin consecuencias”, afirmó un portavoz de la OTAN-). El general al mando de la guerra afgana estadounidense, John Allen, convocó una reunión con más de 40 generales para discutir cómo poner fin a esos ataques, aunque insistió en que “la campaña sigue en marcha”. En el Congreso hay mucho estruendo en estos momentos y están previstas una serie de audiencias.
Luchando con el mensaje
Las preocupaciones por tan devastadores ataques y sus implicaciones para la misión estadounidense se han extendido aunque hayan tardado en surgir. Pero nuestros medios informan de ellas utilizando una especie de código. Veamos por ejemplo, la forma en que Laura King trata tal amenaza en un artículo que aparece en la portada de Los Angeles Times (y ella no fue la única). Reflejando la actitud de Washington sobre el tema, escribió que los ataques “podrían poner en peligro uno de los ejes de la estrategia de salida de Occidente: entrenar a las fuerzas de seguridad afganas preparándolas para asumir la mayor parte de las tareas de combate en 2012”. Casi suena como si, gracias a esos incidentes, puede que nuestras tropas de combate no sean capaces de cumplir la agenda prevista de retirada.
No es menos sorprendente la perplejidad general acerca de qué puede haber detrás de esas acciones afganas. En la mayoría de los casos, la motivación, escribe King, “sigue siendo opaca”. Al parecer, hay muchas teorías dentro del ejército estadounidense de por qué los afganos están volviendo sus armas contra los estadounidenses, incluyendo los resentimientos personales, las rencillas individuales, las susceptibilidades culturales, “el acaloramiento de disputas momentáneas en una sociedad donde las discusiones se solucionan a menudo con un Kalashnikov” y, en una minoría de casos –alrededor de un 10%, según un reciente estudio militar, aunque un alto comandante sugirió que la cifra podría alcanzar el 25%- a causa de la infiltración o “coacción” de los talibanes. El general Allen sugirió recientemente que incluso algunos ataques desde dentro podrían deberse al ayuno religioso por el sagrado mes islámico del Ramadán, combinado con un verano inusualmente tórrido que ha dejado a los afganos hambrientos, irascibles y propensos a realizar actos impulsivos pistola en mano. Sin embargo, según el Washington Post, “Allen reconoció que las autoridades afganas y estadounidenses han tenido dificultades a la hora de determinar qué hay detrás del aumento de los ataques”.
“Las autoridades estadounidenses siguen esforzándose”, escribía el New York Times en un editorial sobre el tema, “en entender qué fuerzas entran en juego”. Y los escritores del editorial, al igual que el general, reflejaban la visión elemental que de esos actos se tiene aquí: la del notable misterio afgano. Es decir, la versión de Washington es que la culpa la tienen los estrafalarios e impredecibles afganos: todos están en el punto de mira, desde Hamid Karzai hasta el último afgano. ¿Qué pasa con ellos?
En medio de todo esto, pocos dicen lo obvio. Existe sin duda un abismo de potenciales malentendidos entre los entrenados afganos y los entrenadores estadounidenses; puede que los afganos se sientan insultados por los innumerables actos hostiles, ineptos e impertinentes de sus mentores; puede que hayan llegado a su límite durante el ayuno del Ramadán; puede que estén alimentando rencores. Cualquiera de las explicaciones puede ser en sí misma acertada. El problema es que ninguna de ellas le permite a un observador comprender qué está pasando en realidad. Y sobre esto debería haber pocos “malentendidos” y aunque los de Washington no quieran escuchar, son ahora de hecho los estadounidenses quienes están en el punto de mira de los afganos y no solo en sentido literal.
Si bien los motivos por los que cualquier individuo afgano puede volver su arma contra los estadounidenses pueden estar más allá de nuestros conocimientos -qué le hizo planearlo, qué le hizo apretar el gatillo-, la historia debería decirnos algo acerca de los motivos más generales de los afganos (y quizá también el resto de nosotros). Después de todo, los EEUU se fundaron después de que los pobladores de las colonias se cansaran de tener entre ellos un ejército y una potencia ocupante. Aparte de cómo se sientan insultados los afganos, el peor insulto (a casi once años de la fecha en la que el ejército estadounidense, las corporaciones-compinches, las organizaciones de mercenarios, los contratistas, los asesores y los tipos de la ayuda llegaron en masa a aquel escenario con todo su dinero, equipamiento y promesas), el peor de todos, es que las cosas están yendo realmente mal; que los occidentales están aún allí por todas partes; que los estadounidenses están aún intentando formar esas fuerzas afganas (cuando los talibanes no tienen problema alguno para mantener a sus fuerzas y luchar con eficacia sin necesidad de ningún entrenador extranjero); que los supuestamente derrotados talibanes, uno de los movimientos menos populares de la historia moderna, están de nuevo en alza; que el país es un océano de corrupción; que más de treinta años después de que empezara la primera guerra afgana contra los soviéticos, el país sigue siendo una ciénaga de violencia, sufrimiento y muerte.
Ya pueden escudriñar el misterio todo lo que quieran, nuestros aliados afganos no podían ser más claros como colectivo. Están más que hartos de ejércitos ocupantes extranjeros, aún cuando, en algunos casos, puedan no sentir mucha simpatía por los talibanes. Esta debería ser una situación en la que no se necesitara de traductores. Después de todo, el “insulto” a los afganos es inmenso y a los estadounidenses no debería resultarles tan difícil comprender la situación. Traten solo de invertir la situación con los ejércitos chinos, rusos o iraníes intentando convertir todo los Estados Unidos en un cuartel, apoyando a determinados candidatos políticos e intentando enderezarnos durante más de una década y puede que resulte más fácil de comprender. Después de todo, los estadounidenses se dedican a liquidar regularmente a la gente por mucho menos que eso.
Y no se olviden tampoco de lo que la historia nos cuenta: que los afganos tienen todo un record a la hora de sentirse asqueados de los ejércitos ocupantes y a la hora de expulsarles. Después de todo, consiguieron echar a los ejércitos de dos de los imperios más poderosos de su época, los británicos en la década que se inició en 1840, y a los rusos en la década de los ochenta del pasado siglo. ¿Por qué no también a un tercer ejército?
El efecto contagio
El mensaje es realmente bastante claro pero quienes están en Washington y sobre el terreno no están preparados para escucharlo: olvídense de nuestros enemigos; un número cada vez mayor de los afganos que están más próximos a nosotros quieren que nos larguemos de la peor forma posible y su mensaje sobre la cuestión ha sido horrorosamente contundente. Como expresaba recientemente el corresponsal de la NBC Jim Miklaszewski, entre los estadounidenses en Afganistán existe ya “un temor creciente de que el soldado afgano armado que están junto a ellos puede ser en realidad un enemigo”.
Es una situación que probablemente no va a rectificarse ni a solucionarse de forma rápida, ni siquiera con el espeluznante programa de nombre “Ángel Guardián” (que deja a un estadounidense armado con la única tarea de estar atento a los afganos de gatillo rápido en los intercambios con sus compatriotas), ni mediante “el examen de los antecedentes” de los reclutas afganos, ni poniendo oficiales afganos de contrainteligencia cada vez en más unidades para que vigilen a sus propios soldados.

La pregunta es: ¿Por qué nuestros dirigentes en Washington y en el ejército estadounidense no pueden dejar de “luchar” y ver esto como lo que obviamente es? ¿Por qué nadie puede en los medios dominantes escribir sobre lo que obviamente sucede? Después de todo, cuando casi once años después de nuestra llegada para “liberar” un país se emiten órdenes para que todo soldado estadounidense lleve el arma cargada en todo tiempo y lugar, incluso en las bases de EEUU, para que tus aliados no te eliminen, deberías darte cuenta de que algo ha fallado. Cuando no puedes entrenar a tus aliados para defender su propio país sin que un ángel guardián armado esté siempre vigilante, deberías saber que hace tiempo ya que pasó el momento de largarte de un país lejano que no tiene valor estratégico para los EEUU.
Como se señala con frecuencia ahora, los incidentes de violencia verde contra azul están aumentando con rapidez. Se ha informado que en lo que va de año ha habido 32, con 40 muertos estadounidenses o de la coalición, si comparamos con los 21 que se dice que hubo en todo 2011, con 35 muertos. Las cifras tienen una escalofriante cualidad, que es la sensación de contagio. Sugieren que este puede ser el momento de aclarar las cosas, y no crean –aunque nadie lo mencione-, que todo no podría ir mucho más a peor.
Hasta la fecha, esos incidentes son fundamentalmente el trabajo de lobos solitarios, en unos cuantos casos de dos afganos, y en un solo caso hubo tres afganos que se hicieron explotar juntos. Pero no importa cuántos agentes de la contrainteligencia se deslicen en las filas o cuántos ángeles guardianes se nombren, no piensen que hay algo mágico en los números uno, dos y tres. Aunque no hay forma de predecir el futuro, no hay razón para no creer que lo que uno o dos afganos están dispuestos a hacer no podrían finalmente hacerlo cuatro o cinco, un escuadrón, unidades pequeñas. Con un poco de espíritu de contagio, de imitación, todo podría ir mucho peor. Una cosa parece más que posible. Si tu plan es permanecer y entrenar cifras mayores de fuerzas de seguridad que solo están pensando en matarte, estás colocándote, por definición, en una situación imposible y deberías saber que tus días están contados, que no es nada probable que continúes allí en el 2020, y puede que ni siquiera en el 2015. Cuando el hecho de entrenar a tus aliados para que se defiendan significa que les entrenas para defenderse de ti, hace ya tiempo que tenías que haberte marchado, cualesquiera que fueran tus planes. Al fin y al cabo, los británicos también tenían “planes” para Afganistán, lo mismo que los rusos.
Imaginen por un momento que se encuentran en Kabul o en Washington a finales de diciembre de 2001, cuando los talibanes habían sido aplastados, después de que Osama bin Laden hubiera huido a Pakistán y mientras EEUU se trasladaba al “liberado” Afganistán para un largo plazo. Imaginen también que alguien que afirma ser profeta hace esta predicción: casi once años después a partir de ese momento, a pesar de las decenas sin fin de miles de millones de dólares gastados en la “reconstrucción” afgana, a pesar de casi 50.000 millones de dólares gastados en “crear” una fuerza de seguridad que pueda defender el país y con más de 700 bases construidas para las tropas estadounidenses y los aliados afganos, los soldados y policías locales van a desertar a montones, los talibanes van a recuperar su potencia, quienes estén recibiendo entrenamiento van a eliminar a sus entrenadores en cifras de record y, por orden del Pentágono, un soldado estadounidense no podrá ir al baño sin armas en una base de EEUU por temor a que le dispare un “amigo” afgano.
Desde luego que le considerarían un idiota como la copa de un pino, cuando no un demente y, sin embargo, ese es exactamente el historial de los “corazones y las mentes” estadounidenses en Afganistán hasta la fecha. Bienvenidos en 2001, ahora, en 2012, nos están mostrando la puerta de la peor manera posible. Washington está perdiendo. Es demasiado tarde para marcharnos con elegancia pero, al menos, ¡hay que hacerlo ya!

Tom Engelhardt, es co-fundador del American Empire Project. Es autor de “The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una novela: “The Last Days of Publishing”.  Su último libro publicado es: “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175587/tomgram%3A_engelhardt%2C_losing_it_in_washington/#more

Votos de fogueo

Entre tanto
Iván Padilla Bravo
Este domingo dos de septiembre debemos disparar fuego cerrado en esta simulación de la nueva Batalla de Carabobo. Este domingo, quienes queremos Patria debemos madrugar con los fusiles de paz en las manos y acudir a los centros de votación para ganar en el simulacro y para estar preparados a conquistar la colina que nos corresponde con la Misión 7 de Octubre.
Este domingo Carabobo tendrá votos de fogueo, porque todo ejército se prepara para combates verdaderos y tiene el deber de estar siempre preparado. Pero su entrenamiento lo hace con balas de fogueo. Balas de fogueo, con sus cápsulas cargadas de pólvora iniciadora pero sin proyectiles capaces de dejar daños.

El simulacro de votación que tendremos en todo el país este vecino domingo, es un Carabobo en fintas, un aprendizaje, una oportunidad de probar estrategias y avanzar contra el enemigo imperial que está y va a seguir estando en todos los escenarios como fiera herida y arrinconada que va a "echar el resto" para recapturar su espacio, el de los explotadores, el de a burguesía, el de los oligarcas, apátridas y proimperialistas, que han venido perdiendo frente a los pueblos soberanos y revolucionarios
Los revolucionarios iremos con votos de fogueo, pero no seamos ingenuos, el enemigo ira con votos de saboteo, con las recámaras de sus fusiles cargados con balas destructoras, asesinas, terroristas, "de resteo". Es por ello que es importante acudir, estar en la calle, realizar inteligencia, actuar con prontitud, copar todos los espacios.
El enemigo que enfrentamos, el gran capital, los explotadores, el neoliberalismo, los apátridas y hasta el más, aparentemente, inofensivo majunche, están en sus posiciones, armados a guerra y pertrechados por el poderío imperial.
Van a echar el resto y tienen sus miras sobre nuestros campos petroleros, nuestras refinerías, nuestro transporte ferroviario, nuestra empresa eléctrica, nuestros puentes y carreteras. La burguesía imperial aparenta estar con las fintas y el fogueo al que convoca el auténtico juego electoral en Venezuela, pero en realidad ellos están con el golpe, con la violencia, con el terror, con sus desesperadas ganas de volver a dejar al pueblo sin nada.
Acudamos a nuestra cita de entrenamiento en el simulacro electoral, vayamos a disparar nuestros votos de fogueo, pero llevemos las fornituras repletas con cargadores que tengan votos de victoria, de paz, de Patria socialista, de amor e independencia. Con la Batalla de Carabobo conquistaremos este 7 de octubre nuestra liberación de todo yugo imperial. ¡Ni triunfalismo ni desmovilización! ¡Venceremos!

¿Y a quién le importan 80 indios?

José Javier Franco
La representación oficial indígena venezolana padece de la misma enfermedad que acabó con el régimen puntofijista adeco-copeyano en Venezuela: el centralismo oficinesco, la politiquería acomodaticia y acrítica, que como se sabe se macera en la indiferencia, el silencio, la complicidad y la apatía por los malestares cotidianos de las comunidades.
 El Ministerio de Asuntos Indígenas y, principalmente, la ministra Nicia Maldonado, ha dado muestras de su indolencia ante el sufrimiento indio, ya sea ante la desposesión de tierras, el acoso, la persecución y el asesinato continuo de yukpas a manos de un sicariato pagado por la terrofagia ganadera en la sierra de Perijá, con abierta complicidad de la guardia nacional y el ejército; ya ante la piratería aurífera en los territorios amazónicos, ya ante esta nueva masacre contra el pueblo yanomami.
80 yanomamis fueron asesinados en la comunidad Irotaheri, en pleno Amazonas. Esta masacre no debe tomar a nadie por sorpresa, y menos a la ministra Maldonado. La explotación ilegal de la minería aurífera en la zona es un hecho público y notorio y lo único que esto deja en evidencia es la desidia y la incapacidad con que se ha manejado el tema indígena en Venezuela, tanto por parte del Ministerio directamente responsable, como por las fuerzas armadas encargadas de velar por su seguridad y por la soberanía nacional.

La presencia de garimpeiros y piratas de la minería del oro en Amazonas la conocemos los venezolanos de toda la vida; el mismo tiempo que tienen este tipo de crímenes contra la población indígena yanomami. Conociéndose como se conoce esta problemática, es inaceptable que el pueblo indígena yanomami se encuentre, tras 14 años de revolución socialista, en el mismo abandono, bajo la misma política indolente, que durante la larga plutocracia adeco-copeyana
Para más ignominia, la masacre se cometió hace ya por lo menos un mes y el pueblo venezolano no había sido informado hasta hoy. Esto pone en evidencia, una vez más, la desconexión de la ministra Maldonado, y del gobierno nacional en general, con las comunidades indígenas.
En letra muerta quedan los derechos que se le consagran a los indios en la Constitución y las leyes, si no se les puede garantizar la vida. De nada sirven las misiones, las políticas sociales, la inclusión en los planes de desarrollo, si a nuestros indios los siguen matando los blancos para robarle el oro, igual que en los tiempos de la colonia. La revolución bolivariana y el gobierno todo, en su conjunto, no tiene ninguna excusa moral, ética ni política para que esto siga ocurriendo en territorio venezolano
Es urgente, como ya lo han exigido algunos sectores, que el Ministerio Público realice las investigaciones pertinentes, establezca las responsabilidades correspondientes y penalice a quienes hayan cometido este crimen. Además, ello debe incluir también a quienes, sin duda, tienen responsabilidades por omisión. Este crimen no debe sumarse a la larga lista de crímenes impunes contra los pueblos indios.
Pero es igualmente urgente, poner en práctica una política de fronteras, de resguardo del territorio, una política de soberanía que garantice la seguridad de la República, principalmente de todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas que en ella habitamos.

Estamos en guerra

María de la Villanueva
Plena de dolor y rabia, insisto: estamos en Guerra. Algunos afirman que hasta las lluvias forman parte del plan fascista para tomar por asalto el poder. ¿Es posible? Si. ¿Es así? no lo sé, pero no me extraña.

La derecha ha venido atacando sistemáticamente desde hace mucho tiempo y si bien ha fracasado en las grandes batallas, ha tenido bastante éxito en otras. Ha logrado desprestigiar internacionalmente y nacionalmente a Venezuela, a Chávez y a los venezolanos que estamos con el proceso que él lidera.
Perturba la cotidianeidad ciudadana. Siembra odio, miedo y desconfianza. Desacata impunemente cualquier medida conducente facilitar la vida y la convivencia. Sabotea la provisión de servicios y maneja hábilmente la disponibilidad y escasez de productos. Aprovecha la mayor liquidez para inducir un consumismo muy poco socialista, etc. etc. etc.
Afortunadamente, a pesar de la bien orquestada violencia y de la incesante penetración de las drogas en las zonas donde es fuerza dominante, la ultra derecha no ha logrado incendiar al país ni tomar el poder, pero lo va a seguir intentando.
El descrédito del CNE, la negativa a reconocer los resultados electorales, los vínculo de los yuppies políticos con Uribe, con el fascismo europeo y con agencias de inteligencia de países enemigos, el saboteo eléctrico y comunicacional, y ahora la explosión de los tanques del Complejo de Refinación Amuay son actos de un mismo drama criminal. Drama sustentado en el desprecio por la vida, en un profundo y renovado racismo y en una vergonzosa subordinación de los mequetrefes criollos a lógica de capital.

Estamos en guerra y tenemos que asumirlo. Lo que está en juego en estas elecciones es la soberanía de nuestro país y del continente. Es la sobrevivencia de nuestra-americanidad única y diversa. Es el triunfo de la vida, del amor, de la comunidad, de la solidaridad, de la creatividad y del trabajo placentero. Lo que está en juego es el Buen Vivir nuestro y de futuras generaciones.

miércoles, 29 de agosto de 2012

El doble rasero de EE.UU. en su cruzada antiterrorista

Miguel Fernández Martínez*

A pesar de que el gobierno de Estados Unidos se toma el derecho unilateral de decidir quién merece estar en la cuestionable lista de países patrocinadores del terrorismo, su propia conducta respecto al tema pone en entredicho la legitimidad de sus políticas.
Investigadores, analistas e influyentes medios de prensa estadounidenses están llamando la atención hacia las maneras empleadas por Washington para combatir a supuestos enemigos, a partir de fórmulas poco convencionales que en muchos casos tienen puntos coincidentes con las utilizadas por sus beligerantes oponentes.

 Un reciente artículo publicado por el diario The New York Times cuestionó el excesivo poder con que cuenta la Casa Blanca, desde tiempos de la administración republicana de George W. Bush y que trasciende hasta el actual mandato de Barack Obama.
La publicación neoyorkina se enfocó en la validez de los métodos empleados, que van desde el uso de complejas operaciones secretas y el empleo de sofisticadas tecnologías de localización, hasta los asesinatos selectivos.
 El New York Times se preguntaba, en un artículo publicado en mayo último, que cómo puede la opinión pública internacional saber si los objetivos elegidos por los estrategas de Washington son verdaderos terroristas peligrosos o sólo personas vinculadas con asociaciones equivocadas.
 Estados Unidos tiene una larga historia vinculada con el terrorismo de Estado, con muestras indiscutibles durante la sangrienta guerra en Vietnam, el Teherán del Sha Reza Pahlevi, las incursiones secesionistas contra las recién instaladas repúblicas africanas o el enfrentamiento a las revoluciones centroamericanas.
 Terrorismo organizado y financiado desde Washington conocieron muchos países latinoamericanos que terminaron bajo crueles dictaduras militares entrenadas por las embajadas estadounidenses.
 En el análisis de The New York Times, se reconoce que de aquel Obama aspirante a presidente, que en el 2008 defendía la desactivación de las cárceles secretas que mantenía la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en diferentes lugares del mundo, y que exigía el cierre inmediato de la cárcel instalada en la Base Naval de Guantánamo, queda muy poco o casi nada.
 Obama y sus principales asesores jugaron un ajedrez estratégico para que el tema de la cacareada lucha contra el terrorismo quedara como imagen pública, permitiendo establecer una fórmula selectiva a la hora de decidir quién sería eliminado y a dónde dirigir un ataque.
En ese contexto, la Casa Blanca diseñó un plan de asesinatos selectivos, de acuerdo con los intereses regionales más inmediatos, aprovechando los frutos obtenidos en los despiadados e inhumanos centros de torturas establecidos en las prisiones bajo la dirección de la CIA.
 Al frente de esa cruzada, Obama designó a John O. Brennan, un hijo de inmigrantes irlandeses, veterano oficial de la CIA con más de 25 años de servicio y recordado como uno de los responsables de los brutales interrogatorios en las cárceles secretas ordenadas durante el gobierno de Bush, que le valió fuertes críticas.
 En un principio, Obama pensó incluirlo entre los posibles candidatos para dirigir la CIA, pero ante una eventual avalancha de críticas dentro de las propias filas demócratas, decidió colocarlo a la cabeza de la llamada "lucha antiterrorista".
Las fórmulas aplicadas por Brennan, con el absoluto respaldo del presidente Obama, para materializar los asesinatos selectivos de presuntos extremistas violentos, estremecen comarcas enteras con el uso de aviones no tripulados, sembrando muerte a nombre de su cruzada "redentora".
El abogado John B. Bellinger III, un exasesor de seguridad nacional bajo el gobierno de George W. Bush, afirmó que Obama se ampara en su reputación de político liberal para salir airoso del cuestionamiento público, y que "el mundo mira para otro lado mientras la administración demócrata ordena cientos de ataques con aviones no tripulados en varias naciones, matando a muchos civiles inocentes".
 Tan fuertes fueron las condenas internacionales contra las cárceles secretas y los centros de torturas que la CIA tenía en diferentes países, que la administración Obama cambió su estrategia de tomar prisioneros sospechosos, por eliminar a potenciales sospechosos, con el uso de sofisticadas acciones encubiertas en las zonas de conflicto de Irak, Pakistán, Yemen y Afganistán, entre otros sitios.
 En el referido análisis que hace The New York Times, queda en evidencia el doble propósito de Obama, cuando a principios de su mandato, en un discurso pronunciado en junio de 2009, en El Cairo, hablaba de una nueva relación con el mundo musulmán, y hoy, a resultas de su "guerra antiterrorista", enfrenta una mayor hostilidad de países menos estables como Pakistán y Yemen.
El uso de los aviones no tripulados, conocidos como drones, se convirtió en un símbolo de provocación y una arrogante muestra de poder de Estados Unidos contra países árabes y del Medio Oriente, haciendo caso omiso a su soberanía nacional y dejando como resultado una innecesaria matanza de inocentes.
Con estas prácticas, Washington está estableciendo un peligroso precedente internacional con el envío de aviones no tripulados para asesinar a sus enemigos.
 Refiriéndose al tema del uso de drones, Dennis C. Blair, exdirector de Inteligencia, comentaba que se hace más difícil la colaboración de los gobiernos musulmanes con Estados Unidos en contra de Al Qaeda, y esta cooperación, desde su punto de vista, es la clave a largo plazo de la victoria sobre el grupo terrorista.
   "¿Estar matando a líderes y seguidores de una organización hostil fuera de una zona de combate, solo porque tenemos la capacidad técnica para hacerlo, es algo que se debe mostrar al mundo?", se preguntó Blair.
  "Estamos creando una especie de monstruo -afirmó el exfuncionario de inteligencia- que podría volverse contra nosotros, ahora que la tecnología está disponible ampliamente".
 Las evidencias van desmoronando el discurso antiterrorista de Obama y su supuesta lucha contra Al Qaeda, a pesar de las sonoras fanfarrias que trepidaron después del operativo que provocó la muerte del líder extremista Osama Bin Laden, antiguo colaborador de la CIA.
  Hoy se habla de la colaboración de Al Qaeda con los rebeldes antigubernamentales sirios, quienes coincidentemente cuentan con el apoyo absoluto de Washington en su plan desestabilizador del gobierno de Damasco.
 Lo cuestionable es tratar de saber hasta dónde llegará el contubernio de los jerarcas estadounidenses con sus supuestos enemigos, en el entramado político que se teje sobre la zona más conflictiva del planeta.
Mientras, el Departamento de Estado persiste en falsear la verdad y acusar a Cuba de patrocinar terrorismo, cuando está demostrado que cada una de las imputaciones hechas por Estados Unidos no se acogen a la verdad.
 Una reciente declaración emitida por la cancillería cubana subrayó que el gobierno norteamericano ha utilizado el terrorismo de Estado como un arma de su política contra Cuba, provocando tres mil 478 muertos y dos mil 099 discapacitados, y dando amparo a lo largo de la historia a decenas de terroristas, algunos de los cuales aún viven libremente en Estados Unidos.
El documento denuncia además que Washington, desde 1998, mantiene injustamente el encarcelamiento y retención de cinco luchadores antiterroristas cubanos, por monitorear a los grupos extremistas anticubanos asentados en el sur de la Florida.
 Por más de medio siglo, Estados Unidos no deja de agredir política, económica y moralmente a la Revolución Cubana, pero de lo que no hay dudas es de que jamás la Casa Blanca podrá exhibir una muestra de humanismo comparable a la que se gesta todos los días en la Mayor de las Antillas.

*Periodista de la Redacción Norteamérica de Prensa Latina
tomado del sitio digital Cuba, La Isla Infinita

La transición socialista desde la perspectiva del Che

Ángeles Díez
Revista Temas
Comentario de Fernando Martínez Heredia, Las ideas y la batalla del Che, Editorial de Ciencias Sociales-Ruth Casa Editorial, La Habana, 2010.
El rescate de Ernesto Che Guevara es una necesidad imperiosa no solo para Cuba que se encuentra de nuevo en una encrucijada al tratar de aclarar la relación entre la política y la economía. También se presenta como una urgencia para los países periféricos, desde América Latina hasta Oriente próximo, pasando por España, en los que el capitalismo está encontrando importantes resistencias en la movilización social y en donde cada vez resulta más palmaria la imposibilidad del capitalismo si es que se pretende resolver las necesidades sociales y garantizar una vida digna para la humanidad.
Años de dominación asentada en la naturalización de la economía y la cancelación de lo político parecen estar resquebrajándose en los países capitalistas. El modelo no funciona para los pobres ni para la naturaleza, de modo que Cuba, al debatir sobre la «actualización» de su economía, tiene un doble reto hacia el interior pero también hacia el exterior. La recuperación del pensamiento y la práctica política del Che es una de las batallas más importantes y seguramente más fructíferas en el momento actual.
Toda la obra de Fernando Martínez Heredia se inspira, de una u otra forma, en el pensamiento y en la práctica política del Che, y en la situación actual que atraviesa la Isla no existe —creo— ningún autor cuya obra intelectual y compromiso sea más útil para pensar el futuro de la Revolución cubana. En la introducción a la edición de 2010 de Las ideas y la batalla del Che,* el autor dice: «Mi propósito es llamar la atención sobre el provecho que puede sacarse al pensamiento del Che para encarar la situación, los caminos y el futuro de Cuba». También Néstor Kohan, en un reciente artículo, actualiza la propuesta económica del Che para abordar el análisis de la situación actual de Cuba, y afirma que es necesario rescatar en el país el «debate olvidado» que enfrentó al Che con posiciones que defendían un «socialismo mercantil» y apelaban al «uso inteligente de la ley del valor».1

Cuando, históricamente, el capitalismo ha entrado en crisis, ha necesitado aumentar las tasas de explotación y expolio —en las metrópolis, desposeyendo a la clase trabajadora; y en las colonias, actualizando las formas de colonización—, y, en paralelo, ha aumentado la guerra cultural. Desde la caída del socialismo en los países del Este, las arremetidas contra el socialismo, lejos de disminuir, se han acrecentado en la literatura, los filmes, las noticias tendenciosas, todo lo que pudiera contribuir a desprestigiar y eliminar cualquiera de sus logros. La historia es una de las armas más potentes contra el capitalismo, por eso, ante la imposibilidad de arrancarla de cuajo ha sido habitual el vaciamiento de las experiencias revolucionarias, su conversión en fetiches huecos, sin sustancia. La reproducción del capitalismo necesita de la dominación ideológica; solo puede sobrevivir si, además de los cuerpos, controla las conciencias, es decir, si tiene la hegemonía —forma de dominación conceptualizada por Antonio Gramsci—, necesita de la desconexión y la disolución de las experiencias que permitirían salir de la colonización y el subdesarrollo. Por eso, ningún revolucionario puede desprenderse de los recursos teóricos y prácticos que hicieron posible las victorias. Entre ellos, ocupa un lugar fundamental el pensamiento del Che, porque la guerra que libra Cuba sigue siendo la misma que ganó en el año 59 solo que en distintas condiciones.

Este libro de Martínez Heredia es una actualización de materiales que aparecieron en 1989 con el título La concepción del Che que ya entonces recogían el trabajo del autor por más de veinte años y que ahora se ven ordenados y enriquecidos. Hablar de la actualidad del Che treinta o cuarenta y cinco años después no es decir gran cosa si no se fija el eje articulador que coloca su pensamiento en contexto haciendo que ideas y práctica se potencien mutuamente. De ahí que Martínez Heredia emprenda una interpretación que resulta plenamente actual. Un rescate que no pretende ser una guía abstracta, ni colocar a Guevara en el cómodo papel de referente ético ya casi beatificado; se trata más bien de volver a colocarlo en el espacio impertinente en el que el propio Che se situó siempre. Pensamiento y obra que constituyeron un revulsivo para la sociedad cubana en el momento en que se iniciaba la construcción del socialismo, y que ahora actualiza Fernando para plantearse cómo hacer para seguir construyendo una sociedad justa, solidaria y revolucionaria.
En este libro, las ideas del Che aparecen como guía de la «acción organizada» que trata de movilizar todos los medios disponibles para combatir: las relaciones mercantiles, el subdesarrollo y el capitalismo mundial. Los mismos monstruos de entonces acosan nuevamente a Cuba, abocada a «revisar su modelo» y a plantearse otra vez la gran pregunta: ¿cómo se transita hacia el socialismo? En la delgada línea que separa la supervivencia y la construcción del socialismo está la clave que, desde mi punto de vista, nos propone Fernando. Los tres parámetros anteriores constituyen el núcleo alrededor del cual se construye esta obra.

Martínez Heredia habla poco de la vida del Che, de su práctica guerrillera, de sus hazañas; habla poco, en definitiva, del mito. Pero tampoco se afana en reconstruir solo un hombre de pensamiento. Las ideas y la batalla del Che subsana la constante fragmentación desarticulada: por un lado, el hombre de acción; por otro, el de pensamiento. El Che de Fernando es una unidad. Sus conceptos, sus reflexiones, sus propuestas teóricas fueron elaboradas a modo de instrumentos para analizar y proyectar la sociedad futura; y son desarrollados y sometidos a constantes revisiones y desarrollos según evoluciona el proyecto revolucionario. También en el ámbito del pensamiento ha sido habitual esta compartimentación. De una parte, sus aportaciones sobre el papel de la educación, el deber social, la conciencia, la emulación, el trabajo voluntario, el hombre nuevo; de otra, la planificación, el trabajo, la ley del valor, los precios, la economía. Este descuartizamiento no ha sido sino una de las múltiples formas en las que se ha neutralizado la potencia revolucionaria del Che.
Decía Bertrand Russell que el conocimiento es una parte infinitesimal del universo, un elemento sin importancia; sin embargo, señala el epistemólogo Rolando García, para nosotros es la más importante porque
el conocimiento se ha convertido (más de lo que históricamente ha sido) en la base del poder […] Conocer es organizar los datos de la realidad, darles un sentido, lo cual significa construir una lógica, no la lógica de los textos, sino una lógica de la acción, porque organizar es estructurar, es decir, hacer inferencias, establecer relaciones.2

No debería haber otra posibilidad que aproximarse al Che desde esta visión completa y compleja, sin distinguir entre su producción intelectual y su práctica. En la concepción filosófica del Che, Fernando expone lo que considera sus conceptos fundamentales. En ellos, la política tiene un sentido más próximo al pensamiento clásico, se trata de una filosofía práctica; y la economía no se explica por sí misma pues es sobre todo economía política. Hablar de un Che que guía la transición al socialismo es hablar de economía política; de la batalla que dio en ese campo, resistiendo parcialmente los envites del economicismo de la época. Casi parece una premonición del momento actual. El economicismo permea el presente de Cuba con una dramática diferencia, hoy apenas tiene oposición; no hay quien guíe una batalla contra el economicismo que trata de imponerse como un dogma renovado.
El Che se enfrentó al determinismo economicista desde su amplio conocimiento del marxismo y desde un posicionamiento ético profundamente revolucionario: puso al hombre en el centro (p. 71). Esto le permitió ser consecuente y contribuir a armar la revolución cubana blindando en cierto modo sus fisuras economicistas y preparándola, sin saberlo, para sortear la debacle de la caída del bloque soviético. Pero, como señala Fernando, rescatando una intervención del Che en una asamblea de obreros ejemplares: «El socialismo no es una sociedad de beneficencia, no es un régimen utópico, basado en la bondad del hombre como hombre. El socialismo es un régimen al que se llega históricamente» (p. 74). No hay pues que confundir la primacía de la conciencia y la subjetividad tan presentes en las ideas del Che con un humanismo ramplón. Siguiendo al Che afirma el autor:
La conciencia no es —no queda otro remedio que insistir— la antítesis de la economía, ni de la «materia». Para el Che la conciencia es la palanca fundamental, el arma para lograr que las fuerzas productivas y las relaciones de producción sociales dejen de ser medios para perpetuar las dominaciones. (p. 79)
La economía, la gestión y la administración han de estar al servicio de la política y no al contrario.
La categoría económica separada de la política está en la génesis de la dominación racional del sistema capitalista. Tal separación es la que permitirá, a partir del siglo XVII, la objetivación de las relaciones sociales y con la naturaleza —a través del contrato—, haciendo posible, a su vez, anteponer las relaciones de los hombres con las cosas a las de los hombres entre sí. La ideología liberal es la ideología de la neutralidad de la economía; su objetivización, la del equilibrio entre la oferta y la demanda; una ideología que, aparentemente, se desprende de consideraciones morales, se rige por «la mano invisible»; una nueva religión basada en principios teológicos.3 Tras la Segunda guerra mundial, la socialdemocracia pretendió dirigir-gestionar esa mano invisible del mercado para evitar la revolución proletaria; pero la lógica de la acumulación capitalista no tiene límites, es parte de su naturaleza.4 Las crisis de los gobiernos socialdemócratas europeos muestran claramente que es la lógica de la acumulación de capital quien establece las reglas del juego político. La objetivación de la economía, su desgajamiento de los principios éticos, son el inicio del fin de todo proyecto emancipador.
Como alternativa al capitalismo, en el socialismo la economía es, sobre todo, metas y objetivos, o sea, economía política. Lo demás, lo que se nos presenta como economía, no es sino técnicas concretas sacralizadas para, en el mejor de los casos, obviar el debate político; en el peor, garantizar la acumulación. Bajo la piel de la eficacia, la productividad y el crecimiento, se oculta la reproducción del capital cabalgando a lomos de explotación. Fernando referencia dos veces una cita del Che que me parece fundamental: «Impedir que se repita una y otra vez, que se arraigue en nosotros, el error de pretender construir el socialismo tomando prestadas las armas del capitalismo». Dice Fernando:
La economía de la transición socialista tiene un lugar cardinal en la concepción del Che del socialismo y del comunismo, pero no posee un lugar independiente […] Yerran los que piensan que sustituyó el realismo de la economía por el idealismo de la conciencia: Che comprendió la máxima importancia de los hechos económicos en las sociedades y la urgencia ineludible de lograr un desarrollo económico de tipo radicalmente nuevo, socialista. Lo comprendió tanto, y vio tan bien lo que el socialismo se juega en ello, que pensó, argumentó defendió y practicó la tesis de que, para avanzar al socialismo y al comunismo, la economía debe ser gobernada conscientemente. (p. 191)
Más allá de las apariencias y de los relatos casi místicos, también la economía en un sistema capitalista es gobernada conscientemente. El nerviosismo, el pánico, la desconfianza, los ataques de los mercados son en realidad objetivaciones que emplean los grupos de poder, corporaciones y Estados que realizan distintas operaciones financieras. Esta terminología se utiliza para ocultar la toma de decisiones consciente y programada de los agentes económicos y políticos. La famosa mano invisible del liberalismo se inscribe en la construcción del dogma económico de modo que, como dijera Pierre Bourdieu, «mientras la ley es ignorada, el resultado del laissez faire, cómplice de lo probable, aparece como un destino; cuando ella es conocida, este aparece como una violencia».5 Con sus responsables y ejecutores, añadimos.
La política moderna, en el capitalismo, pivota sobre el eje del orden, la racionalidad, el cumplimiento de las máximas económicas: crecimiento, reducción del déficit, equilibrio. El mundo, fuera de ese orden, se nos muestra como un escenario de luchas e irracionalidad; es el campo de lo ético en el que no se puede fundamentar un orden duradero. En el capitalismo, el poder oculto bajo la economía dirige la política. La economía y sus leyes inexorables son la máxima representación de ese orden moderno, ordenado, aparentemente ajeno a cualquier principio moral; es la única representación que se nos devela como incuestionable y aceptable. En estos momentos, el orden político aparece como reflejo de la economía, a su servicio. Es esta —entendida casi como destino— la que define y establece los objetivos de la política en el capitalismo.
Cualquier orden político basado en principios se presenta como caótico, irracional y autoritario. De ahí que se acuse al gobierno de Venezuela o al de Bolivia de autoritarios y que esta haya sido una de las acusaciones más repetidas para el caso de Cuba, mientras que en otros países con economías abiertamente liberales y con sistemas políticos claramente autoritarios no se utilicen estos términos. La reflexión de Fernando Martínez Heredia, al hilo con las ideas económicas del Che, coloca en primer plano el necesario debate sobre economía y política en la Isla.6
Fue Carlos Marx quien dinamitó el constructo ideológico del liberalismo que pretende la neutralidad del intercambio capital-trabajo. Develó el carácter político del hecho económico. Sin duda el Che, ávido lector de Marx, reconoció sin dificultad la potencia revolucionaria de este develamiento. El sueño de la razón de un mundo sin política, regido por la «racionalidad económica», no es sino el sueño del fin de la historia, el Matrix que nos hace desaparecer como humanos, mientras la máquina extrae de nosotros la energía necesaria para seguir funcionando eternamente. Guevara supo ver que la economía no puede ser una ciencia que se impone ni mucho menos una técnica en manos de profesionales.
El socialismo se construye como alternativa solo en la medida en que recompone esta relación rota; se restaura la unidad política-economía y se antepone al hombre por encima de las cosas. En esta reconstrucción resulta imprescindible la «construcción de un hombre nuevo», el hombre político que hará desaparecer al hombre económico. La discusión y el debate incorporan a todo el pueblo cubano, lo que genera el consenso necesario o la legitimidad, para emprender el angosto camino lleno de dificultades, pero en el que el pueblo está implicado tanto en el tipo de medidas adoptadas como en el debate sobre sus posibles consecuencias.
En la transición socialista, individuo y sociedad tampoco son entes autónomos ni antagónicos. Así, democracia y economía, legitimidad y gestión, dibujan el eje de coordenadas de la construcción económica socialista. Decía el Che: «Con las armas melladas del capitalismo no se puede realizar el socialismo». En su última contribución al debate económico, «La planificación socialista», Fernando reconoce el cúmulo de conocimientos en que el Che basa su oposición al «tipo de socialismo que fortalece el mercado, el interés material y el auge de la ley del valor» (p. 221).
El Che entró en el debate sobre la economía política del socialismo porque, en cierto sentido, la Revolución cubana supuso un cuestionamiento a la dirección de los proyectos socialistas —una herejía, dice Fernando—, porque desde el punto de vista político (los sujetos revolucionarios) y socioeconómico (una isla subdesarrollada), ese debate era crucial para la propia viabilidad de la Revolución cubana y para la viabilidad del socialismo. También el pensamiento del Che, fuertemente armado por la práctica, suponía una herejía hasta el punto de que sus métodos fueron acusados de «voluntaristas y administrativos» al mismo tiempo.
En los apartados «Conciencia y plan en la transición socialista» y «La economía socialista debe ser dirigida conscientemente», Fernando deja claro que en el pensamiento económico del Che está la clave de la transición socialista y en la cita que reproduce de una entrevista para L’Express está toda la fuerza con la que luchaba por esta concepción:
El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación […] Si el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria. (p. 83)
Para el Che, el Plan —dice Martínez Heredia— es muy diferente a lo que se entendía en ese momento por Dirección centralizada y planificada de la economía (quizá también es diferente a lo que se entiende ahora por economía planificada); es el producto de la conciencia organizada, que tiene el poder y conoce los límites de la voluntad, los datos de la realidad y las fuerzas que tiene a favor y en contra. Conciencia es también, por consiguiente, la comprensión que los individuos van alcanzando de los hechos económicos y el grado en que los dominan mediante el plan. (p. 82)
Los debates que surgieron en Cuba, en los años 60, sobre la asignación de precios, el trabajo voluntario, los estímulos morales y los económicos, han de ser reformulados ya que, aunque las propuestas del Che fueran en parte derrotadas, en estos momentos existe ya una trayectoria en relación con todos estos temas que permite una evaluación enriquecedora en la nueva coyuntura. No para hacer borrón y cuenta nueva, actitud muy propia del subdesarrollo —y a la que también los españoles somos muy dados—, sino para que la evaluación de lo que fue nutra el futuro.
En este sentido, la crisis que vivió Cuba en los 90, a pesar de su significado en términos de sacrificios, también puede ser leída en cuanto a qué es lo que permitió la supervivencia de una sociedad sometida a un derrumbe económico de tal magnitud. Es probable que en ese análisis aparezca la potencialidad de las propuestas del Che. Fernando lo cita en lo que mejor resume su concepción sobre la relación dialéctica entre el plan y la ley del valor. Por un lado, la acción consciente en la que todo el pueblo está implicado; por otro, la dirección política de la economía:
El plan es al socialismo como la anarquía de la producción es al capitalismo […] La dirección centralizada del plan es importante, aunque es el trabajo de todos […] El plan tiene vigor y tiene vida en el momento en que llega a las masas […] Es decir, el plan también, como una característica de la época socialista, junta a las personas […] Esa es la diferencia entre el cálculo económico que puede hacerse de lo que va pasar en un país, conociendo la cifra, y lo que tiene que pasar en un país cuando se está en revolución […] obra creadora del pueblo […] acción de la voluntad del hombre, sobre las posibilidades o sobre la economía, para transformarla y cambiarle su ritmo. (p. 94)
Fernando afirma categóricamente que la posición del Che es inequívoca: la ley del valor en el socialismo no opera a través del plan. Acabar con la ley del valor, que convierte toda producción en mercancía, incluida la fuerza de trabajo, es requisito fundamental del camino hacia el socialismo. La complejidad de su pensamiento permite a Fernando proponer la necesidad de una reactualización de sus propuestas acompañada de una valoración del sistema que acabó por implementarse en Cuba porque, a su juicio, basándose en informaciones de compañeros del Ministerio de Industrias, el sistema implantado por el Che «era mucho más eficaz para la producción, el control, la agilidad en la gestión, la adecuada descentralización de responsabilidades —y otros aspectos— que el sistema que rigió después» (p. 119). Así, según este autor, el Sistema presupuestario de financiamiento es una herramienta valiosa que ha de ser recuperada en toda su extensión y señala que la mayor fuerza de la revolución socialista cubana reside en la participación popular en la «dirección y el control de todo el proceso»:
La dirección será centralizada, pero el plan tiene que ser obra de todos, o no será […] El plan no es un simple diagnóstico de la economía y una previsión del comportamiento económico en los años venideros. Para eso no es necesario el pueblo. (p. 130).

Si algo ha caracterizado a la Revolución cubana hasta el momento ha sido el consenso sobre los principios de igualdad y justicia social. Estos son la férula imprescindible para guiar el Plan.

Es en otra obra de Martínez Heredia, El ejercicio de pensar, donde encontramos la mejor definición del pensamiento del Che, cuando dice que el pensamiento para ser crítico ha de estar en la frontera, en el borde, entre lo constituido y lo constituyente, incapaz de acomodarse. Un pensamiento en el margen (no marginal), en los bordes. Pero, nos dice, ha de tener un horizonte, un proyecto, una brújula que señale siempre el norte. En este caso, el norte trazado por el Che abarcó todos los planos necesarios, en las condiciones de la Cuba de los años 60 y su inserción internacional para construir el socialismo.

Por eso, no descuidó la relación entre la transición socialista cubana y las luchas del mundo; también entre el «modelo cubano» si es que existe, y sus condicionantes externos. Ningún país es una isla. De la inserción de Cuba en el mundo, de su comprensión de la evolución y las lógicas del capitalismo, de su propia historia como país subdesarrollado es de donde se puede extraer las mejores enseñanzas en el diseño del futuro socialista. Tomás Gutiérrez Alea, en Memorias del subdesarrollo, diagnosticó con precisión el significado del subdesarrollo en Cuba: desarticulación, desconexión, desmemoria, incapacidad para acumular conocimientos.

La Revolución cubana deshizo las relaciones mercantiles al priorizar las necesidades sociales sobre los intereses económicos, al tiempo que rompía la ideología liberal que identifica mundo «no mercantilizado» con miseria, y crecimiento económico con bienestar. Los datos objetivos sobre mortalidad infantil, educación, niveles de salud, biodiversidad, calidad de vida, etc. durante estos años han sido el mal ejemplo cubano hacia los países pobres y la constatación de que es posible el desarrollo social y el ético proporcional. Estos son aspectos urgentes que incorporar en la reflexión sobre la transición socialista y la actualización del «modelo económico» cubano.

La Revolución cubana fue, según Fernando, la base de la concepción del Che, pero también este cambió la Revolución cubana que sin él no hubiera sido como la conocemos hoy. El Che la marcó desde su florecimiento en 1959 y, sin duda, marcará el futuro inmediato. Todavía no sabemos de qué manera. Se me ocurre una: en forma de resistencia a las fuerzas que dentro y fuera de la Isla se han ido alejando del proyecto de justicia social que significó la Revolución cubana. El poder revolucionario es popular y estatal y en esas dos dimensiones es en las que el Che pensó y analizó los problemas del socialismo en Cuba, nos dice Fernando.

Las potencialidades del presente se encuentran en el pasado, en el rescate de lo que no fue y pudo llegar a ser. El futuro se construye sobre el pasado. Frente a la probabilidad de un futuro determinado por la necesidad del presente Walter Benjamin propondría uno posible aunque todavía no probable; es decir, la construcción de la posibilidad de un futuro socialista para Cuba solo puede estar en la recuperación de las potencialidades de la historia. Luchar por el pensamiento del Che es luchar por la historia de Cuba, encontrar en ella la redención del presente. La revolución de 1959 recuperó las luchas anteriores de las que extrajo el humus que alimentó las nuevas semillas. En la nueva coyuntura, la transición socialista no puede sino partir de su historia, de las luchas dentro de la Revolución, para construir un futuro cierto. Este ha de reconocerse en el pasado; si no lo hace, corre el riesgo de perderse definitivamente al arriesgar una de las claves de su éxito: la independencia.
El socialismo cubano fue bloqueado desde que dejó claro que el proyecto pasaba por construir una alternativa al capitalismo asegurando la soberanía (independencia nacional) y un sistema basado en la solidaridad. Lo alternativo no es —como pudiera pensarse y como insistía el Che al despreciar las herramientas del capitalismo— una opción más; por el contrario, es lo radicalmente opuesto. La alternativa al capitalismo —según Martínez Heredia— solo es el socialismo. Dentro del capitalismo no puede haber alternativas porque su naturaleza es tan destructiva que los daños que produce son irreversibles. Si estalla una plataforma petrolífera y se derrama petróleo al mar, solo se pueden cuantificar los daños y hacer que alguien «pague la factura», pero los peces y el ecosistema que rodea al desastre habrán muerto. Una de las características esenciales de dicho sistema y que lo distingue de su alternativa socialista es la irreversibilidad de los daños que produce, la explotación hasta el exterminio del hombre convertido en mercancía —fuerza de trabajo—, y la destrucción de la naturaleza convertida en recurso económico. El investigador de la CEPAL Roberto Guimaraes definió de manera contundente el capitalismo como socialmente injusto, ecológicamente depredador y políticamente perverso.7
Si para el Che fue un reto «pensar un tiempo de revolución» en un momento en el que esta tenía lugar, también supuso la fragua de su pensamiento sobre la transición socialista; las fuerzas estaban desatadas, sin duda era un momento complejo y vital. En la actualidad, Cuba no está en tiempo de revolución, pero puede que el testigo esté en otros países. La experiencia y la trayectoria de la Isla será uno de los activos fundamentales para las revoluciones presentes y futuras. Entre ellos, el «modo de ser marxista del Che» que apunta Fernando Martínez Heredia: anticapitalista, antiimperialista y con vocación de entrega. Entonces en Cuba, «las fuerzas productivas fundamentales, las estructuras organizativas, las relaciones sociales decisivas, el Estado, el poder, el consenso y la iniciativa quedaron del lado de la Revolución» (pp. 45-6). En el momento en que el Che escribía, el «mundo político y espiritual» de la nación cubana estaban de parte de la Revolución. ¿Pero, y ahora? ¿Siguen existiendo esas fuerzas revolucionarias incontenibles, esos humildes para los que se hizo y que hicieron la Revolución? ¿De qué lado están las fuerzas políticas y espirituales?
Quiero finalizar con las palabras de Fernando en otro de sus textos: «El socialismo va a emerger otra vez como propuesta para este mundo, y eso lo hará avanzar como promesa y volver a presentarse como política y como profecía». Para ello, «deberá ganarse la conducción de la esperanza», o lo que es lo mismo deberá volver a discutir su teoría y «radicalizar y transformar sus proyectos desde la realidad de los datos favorables y desfavorables del presente». Es perfectamente coherente afirmar que Cuba siempre ha estado en transición y en ese camino hacia el socialismo ha sido capaz de subordinar el poder al proyecto político. Esta subordinación forma parte de la batalla que emprendió el Che y sigue siendo la que hoy se abre, aunque, por desgracia, no existe una figura de la categoría de aquel capaz de poner en la agenda la hoja de ruta cubana. Tendrá que ser la tarea, como dice Martínez Heredia, de una nueva revolución de los humildes, que reactive la voluntad y la fuerza que haga retroceder de nuevo «los límites de lo posible». Cuba tiene que seguir mostrando que puede producir los bienes necesarios para satisfacer las necesidades básicas de su población, que puede, a su vez, definir correctamente cuáles son esos bienes, y que no lo hará a costa de la naturaleza ni de la explotación del hombre.
Las claves para hacerlo pueden ser rescatadas en el pensamiento del Che. En último término, encontramos en él las pautas que podrían hacer que la política revolucionaria tome de nuevo el mando de la economía para realizar lo objetivamente necesario. Nada de esto puede ser una tarea de expertos, ni de economistas, ni de historiadores, ni de sociólogos. El rearme ideológico corre por cuenta de la población cubana en su conjunto y de todos los revolucionarios estén donde estén.
Notas
1. Néstor Kohan, «La “manzana prohibida” del comunismo. Sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento hoy», Rebelión, 14 de marzo de 2011, disponible en www.rebelion.org/noticia.php?id=124197.
2. Véase Rolando García, «Epistemología y teoría del conocimiento», Salud Colectiva, n. 2, Buenos Aires, mayo-agosto de 2006, pp. 114 y 119.
3. Andrés Bilbao, Principios teológicos de la lógica económica, UNAM, México, DF, 1999.
4. Hace tres años escribí sobre este tema, planteando que la separación entre «economía» y política favorecía, en el capitalismo, la dominación, al ocultar las relaciones de poder inscritas en la lógica económica. Véase Ángeles Diez Rodríguez, «Sobre el capitalismo, la economía y los pretextos», Rebelión, 26 de noviembre de 2008, disponible en www.rebelion.org/noticia.php?id=76518.
5. Pierre Bourdieu, Poder, derecho y clases sociales, Descleé de Brower, Bilbao, 2000, p. 10.
6. Entiendo este debate como una necesidad de que se produzca un intercambio ideológico y conceptual que vaya más allá de las disquisiciones de orden técnico, por ejemplo, fijar las medidas concretas para recaudar impuestos, aumentar la productividad, etc. No considero que estos sean debates estrictu sensu pues no abordan la raíz de los problemas, sino aspectos puramente técnicos.

7. Roberto Guimaraes, «El desarrollo sostenible en América Latina», La cooperación internacional y el desarrollo sostenible en América Latina, Sociedad Editorial Síntesis, Madrid, 1993, p. 17.