martes, 7 de agosto de 2012

Bolívar Antiimperialista en el siglo XXI


Yldefonso Finol

Siempre es oportuno discutir el significado de ser bolivariano. ¿Qué deberíamos entender por la condición de ser bolivariano? ¿Existe un bolivarismo, como lo llamara Indalecio Liévano Aguirre, uno de los más densos biógrafos de El Libertador? ¿Tiene sentido y vigencia hablar de la Doctrina Bolivariana en los umbrales del tercer milenio?
Cuando recientemente voceros de la derecha venezolana decían que hace falta un presidente que deje descansar en paz a Bolívar, ¿se referían a enterrar definitivamente el pensamiento y el legado de Simón Bolívar?

Nos han recordado –seguro sin quererlo- aquella canción de Alí Primera, Bolívar Bolivariano, donde un precoz Gollito Yépez decía que la oligarquía iba cada 17 de diciembre a llevarle flores al Panteón, para “asegurarse que esté bien muerto Libertador, bien muerto”.
El revolucionario cubano José Martí, en contrario, opina que Bolívar aún tiene que hacer en América. Y yo estoy de acuerdo con él.

La vida y obra de Bolívar en sí mismas son un aporte de enseñanzas, valores, retos, sacrificios, logros y hasta aventuras. No reconocer esos aportes es una necedad.
¿Es que acaso no hay una relación entre las experiencias de la ALBA, la CELAC, UNASUR y MERCOSUR con los planteamientos que El Libertador formuló en la Carta de Jamaica, el Discurso de Angostura o su prolija producción epistolar?

La derecha burguesa internacional se ha valido de parlanchines tarifados para atacar a Bolívar en forma execrable. Los escritores Mario Vargas Llosa y Brice Echenique, entre otros, se han especializado en el negocio del intelectualismo mercenario al servicio del colonialismo y el imperialismo, ofendiendo a El Libertador a quien acusan de todos los males del continente.

No le perdonan al Padre de la Patria que haya renunciado a ser un burgués explotador, que propusiera la devolución de sus territorios a los pueblos indígenas y la abolición de la esclavitud, liberando él mismo a sus esclavos. Menos aún que haya denunciado precozmente el carácter imperialista del sistema impuesto a sangre y fuego en los Estados Unidos.

“Los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”, alertó desde Guayaquil el 5 de agosto de 1829, cuando ya sus fuerzas vitales le fallaban como su salud.

Ese imperialismo tiene hoy cincuenta bases militares en Nuestra América, realiza permanentemente maniobras bélicas en nuestros mares para amenazar, conspira para desestabilizar gobiernos democráticos populares y nacionalistas, financia operaciones encubiertas con traidores internos y riega por doquier su veneno en drogas y armas para destruir vidas.

Claro que tiene vigencia ser bolivariano. Es la mejor manera de honrar nuestros héroes y trabajar por una mejor humanidad.

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