Yldefonso Finol
Siempre es oportuno discutir el
significado de ser bolivariano. ¿Qué deberíamos entender por la condición de
ser bolivariano? ¿Existe un bolivarismo, como lo llamara Indalecio Liévano
Aguirre, uno de los más densos biógrafos de El Libertador? ¿Tiene sentido y
vigencia hablar de la Doctrina Bolivariana en los umbrales del tercer milenio?
Cuando recientemente voceros de
la derecha venezolana decían que hace falta un presidente que deje descansar en
paz a Bolívar, ¿se referían a enterrar definitivamente el pensamiento y el
legado de Simón Bolívar?
Nos han recordado –seguro sin
quererlo- aquella canción de Alí Primera, Bolívar Bolivariano, donde un precoz
Gollito Yépez decía que la oligarquía iba cada 17 de diciembre a llevarle
flores al Panteón, para “asegurarse que esté bien muerto Libertador, bien
muerto”.
El revolucionario cubano José
Martí, en contrario, opina que Bolívar aún tiene que hacer en América. Y yo
estoy de acuerdo con él.
La vida y obra de Bolívar en sí
mismas son un aporte de enseñanzas, valores, retos, sacrificios, logros y hasta
aventuras. No reconocer esos aportes es una necedad.
¿Es que acaso no hay una relación
entre las experiencias de la ALBA, la CELAC, UNASUR y MERCOSUR con los
planteamientos que El Libertador formuló en la Carta de Jamaica, el Discurso de
Angostura o su prolija producción epistolar?
La derecha burguesa internacional
se ha valido de parlanchines tarifados para atacar a Bolívar en forma
execrable. Los escritores Mario Vargas Llosa y Brice Echenique, entre otros, se
han especializado en el negocio del intelectualismo mercenario al servicio del
colonialismo y el imperialismo, ofendiendo a El Libertador a quien acusan de
todos los males del continente.
No le perdonan al Padre de la
Patria que haya renunciado a ser un burgués explotador, que propusiera la
devolución de sus territorios a los pueblos indígenas y la abolición de la
esclavitud, liberando él mismo a sus esclavos. Menos aún que haya denunciado
precozmente el carácter imperialista del sistema impuesto a sangre y fuego en
los Estados Unidos.
“Los Estados Unidos que parecen
destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la
libertad”, alertó desde Guayaquil el 5 de agosto de 1829, cuando ya sus fuerzas
vitales le fallaban como su salud.
Ese imperialismo tiene hoy
cincuenta bases militares en Nuestra América, realiza permanentemente maniobras
bélicas en nuestros mares para amenazar, conspira para desestabilizar gobiernos
democráticos populares y nacionalistas, financia operaciones encubiertas con traidores
internos y riega por doquier su veneno en drogas y armas para destruir vidas.
Claro que tiene vigencia ser
bolivariano. Es la mejor manera de honrar nuestros héroes y trabajar por una
mejor humanidad.
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