Se puede describir como injusto,
sin duda, un mundo en el que, en contra del derecho internacional, se ocupan y
bombardean países, se somete a poblaciones enteras a castigos colectivos o se
encarcela, se tortura y se mata para consolidar dictaduras políticas o
económicas. Pero se puede decir que un orden es radicalmente injusto cuando es
la denuncia de la injusticia, y no la injusticia misma, la que despierta
sospechas, es la indignación la que está obligada a justificarse y es la
solidaridad la que debe dar explicaciones. ¿Por qué experimentar como propio el
dolor del otro? ¿Por qué reaccionar frente a la injusticia? ¿Por qué
solidarizarse con sus víctimas? ¿Por qué reclamar el cumplimiento de las leyes
internacionales? ¿Por qué Palestina? ¿Por qué Gaza?
¿Por qué -es decir- el ser
humano? ¿Por qué la ética? ¿Por qué la normalidad civilizada? ¿Por qué la nieve
es blanca? Hay algo viciado y destructivo en invertir las preguntas para
obligar a responder, en tono acusatorio, a quienes deben -todos nosotros-
demandar sin falta una respuesta: ¿por qué Palestina no? ¿Por qué sigue el
bloqueo de Gaza? ¿Por qué se desprecia el derecho y la justicia? ¿Por qué la
nieve se vuelve repentinamente negra?
Lo natural es que las piedras
caigan y los pájaros vuelen; lo natural es que las mareas suban y bajen; lo
natural es que, cumpliendo las leyes del movimiento y de la solidaridad humana,
los barcos intenten llegar a Gaza. En el verano de 2010 Israel se apropió el
mar Mediterráneo para asaltar el Mavi Marmara y matar a una parte de su pasaje.
En el verano de 2011 Israel extendió el bloqueo hasta las costas de Europa para
impedir zarpar a la Flotilla de la Libertad II. Ahora, desde el pasado mes de
julio, una tercera Flotilla intenta de nuevo este restablecimiento de la
naturaleza; partiendo de Suecia, recorre ya y recorrerá el Báltico, el
Atlántico y el Mediterráneo para reivindicar el derecho del sol a salir por el
este, el del color verde a verdear las hojas y el de los niños a patear una
piedra y jugar al balón.
¿Una flotilla? El hermoso velero
Estelle constituye -como diría Thoureau frente a la esclavitud- “una mayoría de
uno”. Mayoría porque, con independencia de su número, tiene razón. Pero mayoría
también porque tiene de su parte el viento: el aliento de las miles y miles de
personas en todo el planeta que han hecho materialmente posible el viaje y el
de los millones y millones que lo apoyan. Si hay algo que la mayor parte de la
población mundial sabe que está mal en el mundo, es sin duda la ocupación de
Palestina; si hay una injusticia que la mayor parte de la población mundial
sabe que los gobiernos occidentales no van a reparar, es la ocupación de
Palestina. Un puñado de intereses y mucho dinero pueden producir un misil
asesino; un gran racimo de voluntades y un enorme esfuerzo colectivo pueden parir
un velero. El Estelle es la Madre-Humanidad surcando las aguas, es la Niña-Solidaridad
surfeando en las olas.
¿Por qué insistir? La respuesta
más obvia es la insistencia de Israel en mantener el bloqueo. Seis años
después, el lento deterioro de la situación ha abocado a la franja de Gaza, el
territorio más densamente poblado del planeta, a una “catástrofe humanitaria”
de la que los niños (el 44% de los gazatíes tiene menos de 14 años) son las
principales víctimas. El paro, la pobreza, la falta de combustible y la
deficiencia creciente del suministro eléctrico conducen a Gaza -según un
informe de Oxfam de febrero- “a un colapso total de los servicios esenciales”.
La organización Save The Children cifra en un 58% el número de niños en edad
escolar que padece anemia y advierte contra el aumento de las fiebres tifoideas
y las diarreas, sin vacilar a la hora de atribuir responsabilidades ni de
proponer soluciones: “como una cuestión de urgente prioridad para la salud y
bienestar de los niños de Gaza, Israel debe levantar el bloqueo por completo
para permitir el libre movimiento de personas y de bienes dentro y fuera de Gaza,
incluyendo Cisjordania y Jerusalén Oriental”. Amnistía Internacional, por su
parte, tampoco tiene dudas: “el factor fundamental causante de esta crisis
humanitaria es el bloqueo de Israel, el cual constituye un castigo colectivo
(lo que es una violación del derecho internacional) y afecta particularmente a
los niños y niñas, y a las personas enfermas”. Los recientes ataques de Israel
y de EE.UU. a la UNRWA, la agencia de las Naciones Unidas responsable del
suministro de alimentos y de la gestión de la educación, amenaza con agravar a
corto plazo los problemas endémicos de desnutrición y dejar a miles de niños
sin acceso a escuelas y centros de estudio. El bloqueo es una bomba silenciosa
que estalla todos los días hiriendo de muerte a 1.700.000 personas.
Pero, ¿por qué insistir?
Obviamente el Estelle, si llegara a su destino, no va a resolver los problemas
de la población gazatí con los sacos de cemento y las pelotas de fútbol que
alberga en sus bodegas. No es ese el propósito. La potencia de la iniciativa
que en el Estado español coordina Rumbo a Gaza se mide más bien por sus efectos
simbólicos y políticos y puede resumirse, a mi juicio, en tres iluminaciones.
La primera es al mismo tiempo simbólico
y material. La idea de salir de Suecia y detenerse en diferentes puertos de
tres mares distintos opera, en efecto, una especie de liberación territorial
subrogada. El año pasado -lo recordábamos más arriba- Israel “bloqueó” las
costas de Europa. Gaza está en cada puerto donde atraque el Estelle; cada
puerto es Gaza. Por lo tanto, aún antes de llegar a su destino en Palestina, el
velero parido por la Humanidad habrá levantado muchas veces el bloqueo,
devolviendo a las naciones europeas la soberanía que sus gobiernos no supieron
defender el año pasado en Grecia. El Estelle, en algún sentido, está
restableciendo la legalidad de la UE y liberando nuestras costas de la ilegal
ocupación israelí.
La segunda iluminación tiene que
ver con su evidente carácter de denuncia. Las revueltas árabes han obligado a
EE.UU. y a las potencias europeas, complacientes con las dictaduras derrocadas,
a intervenir en nombre de la democracia y los derechos humanos. Pero este
discurso hipócrita no hace sino subrayar la excepcionalidad de Palestina o,
mejor dicho, la excepcionalidad de la dictadura israelí, contra la que ningún
gobierno occidental está dispuesto a intervenir, ni siquiera en forma de
condenas o sanciones. La travesía del Estelle denuncia la complicidad criminal
de esa Europa que utiliza los discursos humanitarios -y hasta las bombas
humanitarias- para defender mejor sus intereses y los de Israel en la región.
Insistir en Gaza, mientras el mundo árabe sigue sacudido por las réplicas
sísmicas de los movimientos populares y de la contrarrevolución imperialista,
ayuda precisamente a distinguir a las distintas fuerzas en litigio y garantiza
el horizonte anticolonial de las transformaciones en la zona. Palestina -con
Gaza como rescoldo vivo en su centro- irradia luz en todas direcciones.
Recordar Gaza es recordar que la lucha de los pueblos empieza y acaba
necesariamente en Palestina.
La tercera iluminación, vinculada
a la anterior, tiene que ver con la desnuda afirmación del carácter universal
de los derechos humanos. Que las potencias occidentales manoseen y malversen
leyes e instituciones internacionales, poniéndolas al servicio de intereses
espurios, no debe llevarnos a cuestionar las fuentes. Fuera de las leyes, al
margen del derecho, la fuerza es suya; y si no tenemos la fuerza para imponer
las leyes y el derecho, las leyes y el derecho tienen la fuerza para recordar a
los pueblos de qué lado está la justicia y por qué estamos legitimados a
resistir y a luchar por la liberación. La fuerza es suya, el derecho nuestro.
En la Edad Media la cultura encontró refugio en los monasterios; y hoy hay
bancos de semillas donde se conservan ejemplares de todas las plantas en
previsión de una catástrofe. Pues bien, el Estelle, vástago de la
Madre-Humanidad, es el cofre donde se guardan la carta fundacional de la ONU,
las convenciones de Ginebra y los tratados internacionales; es en el velero
unánime, y no en los aviones de la OTAN o en las reuniones del G-20, donde la
humanidad protege la Declaración de los Derechos Humanos y las leyes
internacionales que tantos sacrificios y tantos muertos costó conquistar.
¿Por qué insistir en Gaza? Hay
una cuarta razón tan elemental como el derecho del sol a salir por el este, el
derecho del color verde a verdear la hierba y el derecho de los niños a patear
una piedra y saltar un muro. El Estelle declara sencillamente nuestro derecho
genético a sentir el dolor del otro, a protestar contra la injusticia y a
abrazar, pueblo a pueblo, por encima o por debajo de los intereses nacionales,
a todos los que amamos en cualquier lugar de la tierra.
Insistamos. Insistiremos. El
Estelle es de momento uno; el viento somos todos
Fuente original:
http://www.facebook.com/rumboagazaoficial
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