A pesar de que el gobierno de Estados Unidos se toma el derecho unilateral de decidir quién merece estar en la cuestionable lista de países patrocinadores del terrorismo, su propia conducta respecto al tema pone en entredicho la legitimidad de sus políticas.
Investigadores, analistas e
influyentes medios de prensa estadounidenses están llamando la atención hacia
las maneras empleadas por Washington para combatir a supuestos enemigos, a
partir de fórmulas poco convencionales que en muchos casos tienen puntos
coincidentes con las utilizadas por sus beligerantes oponentes.
Un reciente artículo publicado por el diario
The New York Times cuestionó el excesivo poder con que cuenta la Casa Blanca,
desde tiempos de la administración republicana de George W. Bush y que
trasciende hasta el actual mandato de Barack Obama.
La publicación neoyorkina se
enfocó en la validez de los métodos empleados, que van desde el uso de
complejas operaciones secretas y el empleo de sofisticadas tecnologías de
localización, hasta los asesinatos selectivos.
El New York Times se preguntaba, en un
artículo publicado en mayo último, que cómo puede la opinión pública
internacional saber si los objetivos elegidos por los estrategas de Washington
son verdaderos terroristas peligrosos o sólo personas vinculadas con
asociaciones equivocadas.
Estados Unidos tiene una larga historia
vinculada con el terrorismo de Estado, con muestras indiscutibles durante la
sangrienta guerra en Vietnam, el Teherán del Sha Reza Pahlevi, las incursiones
secesionistas contra las recién instaladas repúblicas africanas o el
enfrentamiento a las revoluciones centroamericanas.
Terrorismo organizado y financiado desde
Washington conocieron muchos países latinoamericanos que terminaron bajo
crueles dictaduras militares entrenadas por las embajadas estadounidenses.
En el análisis de The New York Times, se
reconoce que de aquel Obama aspirante a presidente, que en el 2008 defendía la
desactivación de las cárceles secretas que mantenía la Agencia Central de
Inteligencia (CIA) en diferentes lugares del mundo, y que exigía el cierre
inmediato de la cárcel instalada en la Base Naval de Guantánamo, queda muy poco
o casi nada.
Obama y sus principales asesores jugaron un
ajedrez estratégico para que el tema de la cacareada lucha contra el terrorismo
quedara como imagen pública, permitiendo establecer una fórmula selectiva a la
hora de decidir quién sería eliminado y a dónde dirigir un ataque.
En ese contexto, la Casa Blanca
diseñó un plan de asesinatos selectivos, de acuerdo con los intereses
regionales más inmediatos, aprovechando los frutos obtenidos en los despiadados
e inhumanos centros de torturas establecidos en las prisiones bajo la dirección
de la CIA.
Al frente de esa cruzada, Obama designó a John
O. Brennan, un hijo de inmigrantes irlandeses, veterano oficial de la CIA con
más de 25 años de servicio y recordado como uno de los responsables de los
brutales interrogatorios en las cárceles secretas ordenadas durante el gobierno
de Bush, que le valió fuertes críticas.
En un principio, Obama pensó incluirlo entre
los posibles candidatos para dirigir la CIA, pero ante una eventual avalancha
de críticas dentro de las propias filas demócratas, decidió colocarlo a la
cabeza de la llamada "lucha antiterrorista".
Las fórmulas aplicadas por
Brennan, con el absoluto respaldo del presidente Obama, para materializar los
asesinatos selectivos de presuntos extremistas violentos, estremecen comarcas
enteras con el uso de aviones no tripulados, sembrando muerte a nombre de su
cruzada "redentora".
El abogado John B. Bellinger III,
un exasesor de seguridad nacional bajo el gobierno de George W. Bush, afirmó
que Obama se ampara en su reputación de político liberal para salir airoso del
cuestionamiento público, y que "el mundo mira para otro lado mientras la
administración demócrata ordena cientos de ataques con aviones no tripulados en
varias naciones, matando a muchos civiles inocentes".
Tan fuertes fueron las condenas
internacionales contra las cárceles secretas y los centros de torturas que la
CIA tenía en diferentes países, que la administración Obama cambió su
estrategia de tomar prisioneros sospechosos, por eliminar a potenciales
sospechosos, con el uso de sofisticadas acciones encubiertas en las zonas de
conflicto de Irak, Pakistán, Yemen y Afganistán, entre otros sitios.
En el referido análisis que hace The New York
Times, queda en evidencia el doble propósito de Obama, cuando a principios de
su mandato, en un discurso pronunciado en junio de 2009, en El Cairo, hablaba
de una nueva relación con el mundo musulmán, y hoy, a resultas de su
"guerra antiterrorista", enfrenta una mayor hostilidad de países
menos estables como Pakistán y Yemen.
El uso de los aviones no
tripulados, conocidos como drones, se convirtió en un símbolo de provocación y
una arrogante muestra de poder de Estados Unidos contra países árabes y del
Medio Oriente, haciendo caso omiso a su soberanía nacional y dejando como
resultado una innecesaria matanza de inocentes.
Con estas prácticas, Washington
está estableciendo un peligroso precedente internacional con el envío de
aviones no tripulados para asesinar a sus enemigos.
Refiriéndose al tema del uso de drones, Dennis
C. Blair, exdirector de Inteligencia, comentaba que se hace más difícil la
colaboración de los gobiernos musulmanes con Estados Unidos en contra de Al
Qaeda, y esta cooperación, desde su punto de vista, es la clave a largo plazo
de la victoria sobre el grupo terrorista.
"¿Estar matando a líderes y seguidores de una organización hostil
fuera de una zona de combate, solo porque tenemos la capacidad técnica para
hacerlo, es algo que se debe mostrar al mundo?", se preguntó Blair.
"Estamos creando una especie de monstruo
-afirmó el exfuncionario de inteligencia- que podría volverse contra nosotros,
ahora que la tecnología está disponible ampliamente".
Las evidencias van desmoronando el discurso
antiterrorista de Obama y su supuesta lucha contra Al Qaeda, a pesar de las
sonoras fanfarrias que trepidaron después del operativo que provocó la muerte
del líder extremista Osama Bin Laden, antiguo colaborador de la CIA.
Hoy se habla de la colaboración de Al Qaeda con los rebeldes
antigubernamentales sirios, quienes coincidentemente cuentan con el apoyo
absoluto de Washington en su plan desestabilizador del gobierno de Damasco.
Lo cuestionable es tratar de saber hasta dónde
llegará el contubernio de los jerarcas estadounidenses con sus supuestos
enemigos, en el entramado político que se teje sobre la zona más conflictiva
del planeta.
Mientras, el Departamento de
Estado persiste en falsear la verdad y acusar a Cuba de patrocinar terrorismo,
cuando está demostrado que cada una de las imputaciones hechas por Estados
Unidos no se acogen a la verdad.
Una reciente declaración emitida por la
cancillería cubana subrayó que el gobierno norteamericano ha utilizado el
terrorismo de Estado como un arma de su política contra Cuba, provocando tres
mil 478 muertos y dos mil 099 discapacitados, y dando amparo a lo largo de la
historia a decenas de terroristas, algunos de los cuales aún viven libremente
en Estados Unidos.
El documento denuncia además que
Washington, desde 1998, mantiene injustamente el encarcelamiento y retención de
cinco luchadores antiterroristas cubanos, por monitorear a los grupos
extremistas anticubanos asentados en el sur de la Florida.
Por más de medio siglo, Estados Unidos no deja
de agredir política, económica y moralmente a la Revolución Cubana, pero de lo
que no hay dudas es de que jamás la Casa Blanca podrá exhibir una muestra de
humanismo comparable a la que se gesta todos los días en la Mayor de las
Antillas.
*Periodista de la Redacción
Norteamérica de Prensa Latina
tomado del sitio digital Cuba, La
Isla Infinita
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